Abel Hernández
Artur Mas y Pujol
Aparte de la foto, no se esperaba gran cosa de la visita de Pedro Sánchez a Artur Mas en Barcelona. Ni el socialista está por la consulta soberanista ni el nacionalista parece dispuesto a dar marcha atrás y tomar en consideración el nuevo pacto constitucional que le proponen. Puede que se le esté agotando incluso su capacidad de maniobra y hasta su cuerda política. Pero está bien que hablen, y este encuentro demuestra que el problema catalán marca el comienzo del curso político. El «caso Pujol», cada vez más endemoniado, y el alboroto independentista de la Diada la semana que viene, a dos meses de la fecha señalada para el dichoso no-referéndum, son poderosos argumentos para estar pendientes de lo que pase. Para bien o para mal, existe la impresión de que nos acercamos por fin al desenlace de este anacrónico e inquietante episodio nacional.
El regateo de Jordi Pujol, marcando el calendario de su comparecencia –más forzada que voluntaria– en el Parlament hasta que pase la Diada y comparezca su hijo ante la Justicia hace dudar de que piense salirse, cuando acuda, si es que acude, de su relato novelado, como lo ha calificado, con conocimiento de causa, el ministro Montoro. No es extraño que los actuales dirigentes de CiU, empezando por Artur Mas, teman que el caso derive en una comisión de investigación que levante todas las alfombras. Habría que saber de una vez si el enriquecimiento de los Pujol, con el dinero fuera de España sin declarar a Hacienda, se debe sólo a una herencia recibida o al cobro de comisiones –el 3% de Maragall o el 5%, como dicen ahora– durante la larga etapa del ex «molt honorable», jefe del clan convergente, al frente del Gobierno catalán con plenos poderes. Cristóbal Montoro no descartó la existencia de «uno o varios delitos». Tras ellos anda la Agencia Tributaria y la Justicia con sus sabuesos mordiéndole el calcañar. Y «llegaremos hasta el final», ha advertido el ministro. En este caso, un asunto nada secundario consiste en averiguar hasta dónde alcanzan las complicidades. Mucha gente ha mirado aquí durante mucho tiempo para otra lado. ¿Es Artur Mas uno de ellos? ¿Hasta qué punto ha quedado contaminado por su estrecha cercanía a Jordi Pujol, su gran protector? Con él fue consejero de Política Territorial y Obras Públicas, nada menos; y después de Economía y Finanzas, para acabar de primer consejero de su Gobierno hasta la llegada de Maragall, y más adelante su sucesor. O sea, su valido. ¿Y no sabía nada? Me dicen que Rajoy tiene cogido a Mas por donde más duele. Y ya se hacen apuestas: ¿se comerá este hombre el turrón en el palacio de la Generalitat?
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