Joaquín Marco
Asesinatos de género
Los periódicos y las televisiones del pasado martes informaban, de manera más o menos detallada, de la muerte de las tres víctimas femeninas del día anterior. Se despertaron las señales de alerta. Los asesinatos de mujeres se han producido todos los meses del año, pero en el presente su número crece en los meses de enero, marzo y agosto y resulta también mayor que en años anteriores. Es todavía pronto para cerrar diciembre, aunque en lo que llevamos de año las víctimas han sido ya 51 o 55 según otros cálculos. Pero el número de las mujeres agredidas, las que denunciaron o no el maltrato, es muy considerable. La violencia de género, entre nosotros, se ha incrementado, pese a las campañas informativas, aunque también cabe reconocer que se les ha destinado menos recursos, como consecuencia de los recortes. Por descontado no somos el único país en el que este fenómeno se produce. Incluso en las naciones del Norte de Europa y no sólo en las del Sur se observa y condena toda suerte de violencia. Ángeles Carmona, vocal del CGPJ, señaló que, diez años después de la aprobación de la Ley Integral de Medidas contra la Protección Integral contra la Violencia de Género, se habían realizado considerables avances, aunque restaba mucho por hacer. Pero la situación resulta mucho más grave en otros continentes y civilizaciones, aunque ello no pueda servirnos de excusa. En la pequeña Guatemala cada día se producen, en promedio, dos víctimas mortales. Pese al despegue económico chino, la situación de la mujer allí no evoluciona al mismo ritmo. Un 25% de la violencia en aquel país se da en el seno del propio matrimonio. Y en buena parte del mundo islámico la situación femenina resulta, como se sabe, más que lamentable. Sin embargo, el desarrollo de los países evoluciona más positivamente si las desigualdades entre los géneros tienden a eliminarse. También para ello se requiere una clara voluntad política. Según la ONU, «la violencia se utiliza para aterrorizar a las mujeres no sólo en la guerra, sino también en el trabajo y en el hogar», y recientemente ha puesto en marcha la campaña naranja: «Tenemos que inundar todos los lugares con este color tan llamativo, para transmitir el mensaje de forma alta y clara: todas y todos debemos unir nuestros esfuerzos para poner fin a la violencia contra la mujeres y las niñas, ahora», declaró Phumzile Mlambo-Ngcuka, directora ejecutiva de ONU Mujeres. Se producen actos de violencia incluso en lugares públicos, como ocurrió hace poco en un autobús en la India, lo que provocó grandes manifestaciones.
Amnistía Internacional denuncia que en muchos países árabes el delito de violación no existe si se da en el matrimonio, por lo que en ocasiones las víctimas acaban obligadas a casarse con el acosador eliminando de este modo cualquier rasgo de delito. El que los pueblos acepten la igualdad de géneros es el fruto de una educación de siglos. En nuestra sociedad el papel de la mujer ha ido adquiriendo mayor consistencia desde la segunda mitad del pasado siglo, aunque estemos muy lejos del ideal. El derecho al voto de las mujeres no se dio hasta 1931 y en la etapa democrática se ha defendido la integración de sexos en las escuelas. Conviene, sin embargo, no desligar la situación social y laboral de la mujer de la violencia de género, que constituye uno de los más graves atentados y problemas con los que nos enfrentamos. Podría considerarse de algún modo la punta de un iceberg. El asesinato de mujeres por sus exparejas o parejas resulta un fenómeno complejo que va más allá de las víctimas y sus agresores. En los casos que se produjeron esta semana han quedado huérfanos algunos de escasa edad y su recuperación psicológica no será fácil. No es tampoco extraño que los crímenes se produzcan incluso ante los mismos niños o en su proximidad. Las razones fundamentales de tales acciones pueden ser tan simples como los celos enfermizos y el odio hacia la mujer considerada como propiedad. El Informe del Observatorio del CGPJ denuncia fallos en los sistemas de protección policial, una vez realizada la denuncia pertinente. De las quince asesinadas, cuyos casos se estudian y que habían denunciado a sus agresores por violencia, la mayor parte fueron calificadas de riesgo bajo. Tampoco es fácil que la mujer, pese a las campañas, se decida a realizar una denuncia. El miedo se alía con frecuencia a complejidades económicas y sentimentales. No se valora suficientemente el rencor de aquellos hombres que a menudo deciden también acabar con su propia vida. La protección de la mujer en tales circunstancias es mejorable y debe ser mejorada. Pero las responsabilidades no son sólo policiales, aunque se anuncie que en poco tiempo cada comisaría contará con un policía especializado. Las evaluaciones del riesgo se minimizan y en ello colabora a menudo la propia víctima. Son contados los casos en los que la denuncia llega por otra vía, ya sea familiar o vecinal. El artículo 416 de la Ley de Enjuiciamiento Criminal, que se mantiene desde el siglo XIX, dispensa de declarar contra un familiar y ello viene a complicar las resoluciones judiciales. No resultará fácil acabar con la violencia contra las mujeres, pese a las campañas realizadas. En la actualidad se advierte a las adolescentes y a las jóvenes de algunas perversiones en las relaciones sentimentales o amicales que indican ya una actitud machista que podría conducir al maltrato que se da no sólo física, sino también psicológicamente. El proceso de eliminación de estos riesgos sociales debe llegar desde la escuela y la familia y no sólo alertando a las niñas, sino combatiendo los rasgos violentos en los niños y jóvenes. Coadyuvan a incrementar el peligro algunos filmes, spots publicitarios o compañeros de juegos con los que se propaga la violencia. En épocas de crisis, cuando se incrementa la desigualdad social y la pobreza, las acciones de violencia de género tienden a aumentar, así como en aquellos casos en los que se consume en exceso alcohol o algún tipo de droga. La violencia de género, cuyo último exponente es el asesinato de la mujer, constituye uno de los rasgos de esta sociedad enferma. Por ello suenan con excesiva frecuencia las señales de alarma.
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