José Luis Alvite
Asterisco de sol
¿Cuánto de lo que hablamos quedará mañana en el recuerdo de quien por casualidad o por descuido nos haya escuchado hoy? ¿Habrá en la posteridad silencio bastante para encubrir con su amparo nuestras incontinentes torpezas de hoy? ¿Cuántas de las estatuas de mañana tendrán más valor que el de la mierda que derramen en ellas con sus culos las palomas? Contamos apenas con un puñado de certezas, poca cosa, casi nada: Una cicatriz de la infancia, lo bien que olía la lluvia el atravesar un asterisco de sol el pelo de las niñas, la calma oleosa con la que fue pasando el tiempo hasta que al carrito de los helados lo adelantó en el camino el coche fúnebre... Todo lo demás importa poco. Los hombres somos apenas el magro miriñaque que queda al despojarnos de la vanidad, amortiguar un poco la luz y dejar en la alcoba la arrogancia, el correaje y el dinero. Yo me conformo con conseguir de vez en cuando una frase algo afortunada que me permita bendecir la suerte de que la gramática me haya salvado in extremis la mano de ser presa de las garras de la gangrena. El resto han sido llamas sin oxígeno, besos sin saliva y sueños infundados. ¡Y qué importa eso! Lo que de verdad cuenta es la sospecha de que nadie se nos ha adelantado en la marcha para plantar los árboles cuyas sombras nos refresquen luego al pasar. No hay nadie en las voces que llegan como un bronquial fragor de vientres desde el otro lado del río, desde ese lugar en el que pone de tarde en tarde sus larvas la hembra ciega del fuego. Ni siquiera el agua está segura de haber llegado mojada al otro lado del río. Me dijo de madrugada un tipo: «Un día los otros se rendirán a la desesperanza y volverán a sus casas. Y entonces quedaremos solos los dos. Y será suficiente. En la vida basta con que alguien consiga tu oración antes de que merezca tu olvido».
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