Alfonso Ussía

Atlético

El Atlético de Madrid ha tenido dos grandes presidentes en los últimos cincuenta años. Don Vicente Calderón y don Enrique Cerezo. Tiene mucho que ver la estabilidad y eficacia deportiva de un club con la excelencia en la gestión. Los que me leen saben que soy madridista hasta el páncreas. De siempre me ha disgustado –aunque en ocasiones lo he comprendido–, la manía que los seguidores del Atlético le tienen guardada al Real Madrid. Lo he comprendido porque algunas veces hemos sido prepotentes y distantes. Por mi parte, puedo decir que el Atlético de Madrid es un club querido y admirado, con una afición fabulosa y una personalidad única e incomparable. Es el club del sufrimiento. De ahí que en los momentos de alegría se convierta en el club del desahogo, en una explosión de júbilo compartido.

Simeone fue un futbolista durísimo, con una personalidad arrolladora, contagiosa. Daba más patadas de las admisibles y no dejaba de correr y luchar en los noventa minutos reglamentados de un partido. Atlético de corazón y alma, como el viejo y desaparecido Luis Aragonés. Su contratación ha supuesto un éxito rotundo. En el banquillo de entrenadores no puede dar patadas al adversario, pero sí contagiar su espíritu a sus jugadores. Lo que ha hecho –espero que no haga más–, este año tiene un significado heroico. El sábado, en Barcelona, corrió más por los aledaños del banquillo que Messi en el terreno de juego. Entusiasmo y convicción contra egoísmo y fraude.

Como madrileño, madridista y aficionado al fútbol, vibré y perdí algun kilo de peso viendo el partido del Nou Camp. Se me antoja muy prepotente afirmar que el Atlético ha ganado la Liga Nacional porque el Real Madrid y el Barcelona han tirado sus últimos partidos. No. La Liga es la regularidad, y el Atlético ha sido un justísimo vencedor, un brillante vencedor, un vencedor indiscutible.

Jugarse el todo o la nada – un subcampeonato es lo más parecido a la nada junto al cuarto puesto en unos Juegos Olímpicos–, en un estadio ajeno, contra un club poderosísimo y perder a los veinte minutos a dos de sus futbolistas fundamentales, es empresa de muy complicada superación. El Atlético lo hizo. El Atlético, desde que llegó Simeone, es un equipo que huele más a testosterona que a linimento. Y el que no quiera reconocer sus méritos, está huyendo de su condición de enamorado del deporte.

Se me antojó patética la actuación de la gran figura del equipo, o lo que sea, que compitió con el Atlético. En siete años ha conseguido seis mejoras de contrato. A medida que ha percibido más dinero ha descendido su interés por corresponder al esfuerzo económico de su club. Si desarrolla una labor brillante en el Mundial de Brasil con la selección argentina, hay que echarlo del «Barça». Dicen que en el inmenso campo pampeño hay dos tipos de gauchos. El que deja a la naturaleza que trabaje en su beneficio, y el que saca la riqueza a dentelladas de la tierra para ganar su pan. Messi es el hacendado habilidoso que vive mejor que nadie sin dar con un palo al agua, y Simeone es el gaucho que cabalga catorce horas, controla al ganado, matea, es palo, es surco y es agua. Prefiero al segundo pampeño.

El Atlético de Madrid ha bañado en oro de sacrificio su gran temporada. Tengo la esperanza de que no la intente mejorar el sábado próximo. De cualquier manera, y como madridista, sin prudencias ni cautelas, felicito con un abrazo a los millones de aficionados que sienten como suyas las camisetas rojiblancas. Grandes.