Alfonso Ussía
Aviones
Volaba a Panamá un conocido financiero español. Su madre acudió al aeropuerto de Barajas a desearle un buen viaje. Transcurrían los últimos años de servicio de la generación gloriosa de Iberia. Los Pombo, los Arango, los Peña, los Dávila, los Ozores y del más ingenioso y querido comandante de la compañía de bandera española, Rafael Castillo. Era éste, precisamente, el piloto del DC-8 que llevaría al financiero a su destino. Y la madre de éste le hizo al comandante Castillo la siguiente recomendación: «Por favor, Rafael, vuela muy bajito, muy despacio, y con muchísimo cuidado».
Rafael Castillo pasó una larga temporada pilotando los vuelos de Iberia Barcelona- Palma-Barcelona. Seis saltos diarios. Todos provenían del Ejército del Aire y eran personas fuertes, algunos de ellos veteranos de la Guerra Civil. Ni horarios, ni huelgas ni narices. Contaba el comandante Castillo que si perdía la noción del aeropuerto donde se hallaba antes de iniciar el vuelo, descorría la cortina, y si veía a parejas besándose y metiéndose mano daba por seguro que volaban desde Barcelona a Palma, y si la cabina estaba abarrotada de enormes cajas de ensaimadas, de Palma a Barcelona. En uno de aquellos vuelos, el millonario palmesano Bartolomé March Servera, hijo del fundador de la saga, fumaba un puro habano, y en un descuido, una brasa se desorientó y comenzó a arder la tapicería del avión. Como era de esperar, no funcionaban los extintores, y el comandante Castillo dio la orden. Las mujeres a la cola del avión. Los hombres a intentar apagar el fuego mediante sus aterrorizadas fuerzas urinarias. Y el fuego se extinguió. «Tenía tanto miedo que me salieron tres litros, por lo menos».
En aquellos tiempos, las autoridades no se jugaban la vida cada vez que embarcaban en un avión. Lo hacían en Iberia. Más tarde, por aquello de imitar el «Air Force One», España adquirió un DC-8 para que viajara el Rey y el Presidente del Gobierno en sus desplazamientos oficiales a larga distancia. La responsabilidad del mantenimiento y la titularidad del avión correspondían a la «Fuerza Aérea Española». Los militares del Ejército del Aire pilotaban el DC-8 y lo revisaban concienzudamente cada determinadas horas de vuelo. Otros Estados no siguieron el mismo criterio. A mi lado viajó en un vuelo Lisboa-Madrid el Presidente de Portugal, Mario Soares utilizando la TAP, las líneas aéreas portuguesas. Un vuelo estupendo.
Los DC-8 se sustituyeron por dos «Airbus» A-310-300, que son formidables máquinas, aunque se adquirieron de segunda mano. Y el mantenimiento se externalizó. Desde muchos años atrás los ministros de Defensa se dedican, fundamentalmente, a externalizar servicios para ahorrar en los presupuestos que no exigen a sus Gobiernos. Es lógico, cuando miles de millones de euros que necesitarían nuestras Fuerzas Armadas para modernizarse se los llevan los miles de asesores nombrados a dedo que nadie a ciencia cierta sabe de qué ni a quién asesoran. No obstante, los militares españoles mantienen su operatividad a pesar de la extraña división presupuestaria de unos Gobiernos que no creen en la importancia de la Defensa Nacional.
Y desde que se externalizó la conservación y mantenimiento de los «Airbus», la cosa no ha ido bien. Se estropean, vuelven a los aeropuertos de origen, surgen averías en pleno vuelo, y ser el Rey se ha convertido en una permanente dignidad de riesgo. Pero a los externalizadores de Defensa, muy altivos y bien educados por cierto, no se les antoja urgente enviar a la chatarra estos aviones y adquirir, aunque sólo sea uno, un nuevo avión en buen estado, y si es posible, entregado de fábrica.
Cada vez que nuestro querido y viejo Rey Don Juan Carlos I emprendía un viaje de largo recorrido, las estructuras de la Corona temblaban. Y lo mismo sucede con nuestro joven Rey Don Felipe VI, que ya ha sufrido en sus carnes y en su ánimo las deficiencias de nuestros aviones oficiales. Entretanto, los Gobiernos se dedican, año tras año, a disminuir los presupuestos de nuestros militares para poder derrochar con más generosidad el dinero público en asesores, subvenciones y demás chorradas.
España no puede seguir arriesgando la vida del Rey por un problema presupuestario. Se trata de una excusa. Y si no hay imaginación para subsanar el problema, es más recomendable asumir la dimisión que quedar a merced de una posible tragedia, por volar muy bajito y muy despacio.
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