Ángela Vallvey

Bastante

La Razón
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La época imprime su carácter al lenguaje. Verbigracia, antes se usaba con frecuencia la palabra «muy», que se antepone a nombres adjetivados, adjetivos, participios, adverbios y modos adverbiales «para denotar en ellos grado superlativo de significación». Sí, hubo unas gozosas calendas en las que todavía decíamos «muy bueno, muy malo...». Lo del «grado superlativo de significación» era algo admirable, contundente, sin medias tintas, que dejaba claro, superlativamente manifiesta, la posición del hablante, que se mojaba, hiperbolizaba, empleaba el lenguaje en carne viva. Anatole France decía que la ignorancia y el error son elementos tan necesarios para la vida como el pan y el agua; estaba convencido de que «la inteligencia debe ser, en las sociedades, excesivamente rara y débil, para que resulte inofensiva». La inteligencia es peligrosa. (Eureka). En los últimos tiempos, el «muy» está siendo sustituido por «bastante», como adverbio y/o como adjetivo. Si la vida contuviese un exceso de inteligencia, si todo el mundo fuese «muy» inteligente, la existencia sería «muy» peligrosa. Como para habernos «matao». La época que vivimos impone sus impuestos, valga el abuso redundante, y nos conmina a decir «bastante bueno, bastante malo...» donde antes no dudábamos en sacar el estilete ampuloso, alegremente impertinente, del «muy». «Bastante» quiere decir «no poco», que basta, que ni poco ni mucho, que ni más ni menos, que ni sobra ni falta. O sea: que ni chicha ni «limoná». El «bastantismo» –permítanme bautizarlo así– es una metátesis del tontismo, una doctrina de sepulcral filología que ni complica la vida, ni nos hace preguntas, ni sirve para un carajo; el «bastantismo» es una secta de la equidistancia moral, una máscara de cobarde indefinición, una tendencia imparable hacia la tibieza de la apariencia, en un mundo en que parece oro todo lo que reluce, aunque todos sabemos que no lo es. El color favorito del «bastantista» es el gris. Se pasea por la vida del bracete del julepe y la blandura, súbdito de un reino cuya soberana ejerce de contrabandista de adverbios. El «bastantismo» es un ilusorio tempero en un mundo hipócrita que dice una cosa y hace otra, a pesar de que no cree ni una cosa ni otra. Lo propio de un tiempo en que nadie da la cara. Mientras, en apariencia, la colectividad se radicaliza políticamente, cada vez resulta más difícil expresar de manera individual una verdad cuando todo alrededor presiona e instiga al ciudadano para que se sume a una corriente de falsedad social edulcorada, de mentira correcta. (Y yo creo que todo esto es «bastante» evidente).