Pedro Narváez
Bien pagá
Le han dado hasta en el bocadillo de calamares a Jordi Cruz por tener aprendices a los que paga con alojamiento y comida, todos echándose las manos a la cabeza como si el asunto fuera nuevo, como si no fuera una práctica habitual entre los chefs de prestigio, en fin, como si nos hubiéramos caído en la marmita de la solidaridad en diferido. Hipocresías congeladas y que salen a freírse de vez en cuando si la ocasión lo requiere. La mayor parte de los detalles que se han publicado sobre este caso, y visto lo visto, sobre todo lo que últimamente salta a los papeles, no es verdad, si bien por mucho que diga o haga ya está condenado para toda la vida. Da igual el sabor que dé a sus declaraciones. Jordi Cruz cometió el fallo de no convertir las prácticas en un máster por los que se forran empresas que llaman a la ética y al decoro laboral. Hasta los sindicatos que según se cuenta se hartaron de oler dinero como para asar una vaca con los cursos de formación, le piden un cocido de buenas prácticas.
Si me hubieran dado la oportunidad de aprender periodismo con García Márquez, con Talesse, con Kapucinski, es un decir, hubiera aceptado techo, comida y llevar los cafés. Lo hice con Anson, y además cobrando. La repera. Pero siempre fui un tío con suerte. Hasta que la perdí. O entré en tránsito. Lo peor de todo no es que aprendas cobrando o pagando, sino que,, al contrario que hace años, el aprendiz o el becario sabía que si se esforzaba subiría un peldaño, y así hasta que la vida pusiera todas las oportunidades ante tus ojos. Hoy no es así. Ni en la cocina ni en el Periodismo, ni entre los ingenieros o los arquitectos. El esfuerzo no tiene recompensa. Y sin zanahoria no hay burros. De ahí que la excelencia esté en peligro de extinción. Educamos a una generación que no necesita aprobar y luego le pagamos para que sean zombies que acabarán sustituidos por robots. Estamos calentando una olla a presión. Ése es el problema que no quiere verse. Dese el Ministerio de Educación al de Empleo. De derecha a izquierda. Del colegio a la fábrica. No que Jordi Cruz tenga a no sé cuántos «stagiers» en su restaurante, que es una anécdota residual envuelta en categoría de programa electoral. Claro que si se alza la voz alguien te puede llamar esclavista, o algo peor, si es que lo hay. El problema, queridos, es que la mediocridad no se penaliza, con lo que unos pocos genios acabarán con todos los seres grises. Entonces, cuando la masa, que ahora se cree libre, sea esclavizada por la inteligencia, al saber lo llamarán fascismo con guarnición. A ver quién se come sus palabras rameras.
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