Toni Bolaño

Bomba de racimo

Con el batacazo electoral todavía caliente, Artur Mas tomó una decisión arriesgada. Asirse a ERC y avanzar por la senda del soberanismo con dos banderas: el derecho a decidir y Cataluña como Estado propio en el seno de la Unión Europea. En ese momento, el presidente catalán sacó pecho: «la consulta se hará sí o sí». En aquellos días poco le importaba si el Estado refrendaba sus intenciones. Pensaba tomar impulso y liderar sin ambages el movimiento nacionalista. Ese era su plan.

En apenas nueves meses, Mas se ha dado cuenta de su soledad. Su Estado propio ha derivado en una clara petición de independencia encabezada por ERC y la Asamblea Nacional Catalana. CDC se afana por situarse en este grupo de cabeza pero las encuestas revelan que los independentistas no se fían de su marca blanca y prefieren el original de los republicanos de Oriol Junqueras. Le han arrebatado el liderazgo.

Además, ERC le ha dejado solo. En nueve meses, el Gobierno de Mas ha visto cómo su imagen era víctima de la carcoma. La culpa siempre se asignaba a Madrid aplicando el manual nacionalista pero no ha servido para cambiar la negativa percepción ciudadana. En nueve meses, la propuesta estrella –el derecho a decidir– se ha evidenciado como un instrumento de justificación para los independentistas que está alejado del derecho internacional.

Sin la autorización del Estado es agua de borrajas. Así se lo han comunicado dos personas poco sospechosas: el presidente del Consejo Nacional de Transición y el director del Institut d'Estudis Catalans. Su plan B de convocar una consulta unilateral caía en saco roto. Aquí tampoco tenía el apoyo de Unió. Ni del PSC, absolutamente necesario en el proyecto de Mas a pesar de que los socialistas están en la UVI, y ni tan siquiera de Iniciativa. Tampoco suscitaba entusiasmo en el mundo empresarial, sobre todo, en el núcleo duro de la economía catalana.

Con este panorama, no extraña que Mas cambie el paso alejándose de su socio republicano y mucho más de la Asamblea Nacional que apuesta por una declaración unilateral de independencia. Sorprende, eso sí, que el president dé este paso a una semana de la cadena humana porque le ha lanzado una bomba de racimo sobre el independentismo. Muchos se sentirán traicionados. Otros, lo verán posibilista, pero la viabilidad del plan B radica en qué ERC se avenga a entrar en el Gobierno –y que no se rebele contra Mas– o en que encuentre un nuevo socio, cosa harto difícil.