César Vidal

«Boronos» con anorak

Mi amigo es un vasco de pura cepa. Nació y creció en tierras vascas. En ellas tiene enterrado a un hermano que murió joven. Allí sigue viviendo su madre. En los setenta, provisto de una beca, marchó para Estados Unidos y durante décadas ha ido desempeñando empleos importantes en diversas organizaciones internacionales. Ha enseñado en distintas universidades y asesorado a diferentes gobiernos. Sin embargo, cada cierto tiempo y no sólo por ver a su madre, regresa a San Sebastián para que las pupilas se le llenen de la visión del mar. Esta vez ha llevado a su hija menor y me enseña conmovido los vídeos que tomó con ella en primer plano y la playa donostiarra al fondo. Debería estar contento, pero se le ve profundamente triste. «Han hundido aquello», me dice compungido. «¿Quiénes?», le pregunto aunque intuyo la respuesta. «Pues quién va a ser... ETA y sus cómplices», me dice consternado, «toda Guipúzcoa está a su merced. Tienen la diputación y con ella el dinero que necesita el gobierno del PNV. Son ellos los que mandan». «¿No crees que vayan a cambiar?», le preguntó temiéndome la respuesta. «¿Cambiar? Son ellos los que están cambiando para peor todo lo que tocan. Mira, nada funciona bien. En la estación de autobuses tuve problemas para que me aceptaran un billete comprado por internet y la que me atendía hasta llegó a decirme que si se compraban así los pasajes ella acabaría perdiendo su trabajo. El empleado de la agencia que nos alquiló el apartamento olía, sí, olía. Olía como otros empleados que me encontré porque hasta se está perdiendo la urbanidad...». «Hombre», le interrumpo, «sería un caso...». «No, no es un caso», prosigue, «al final, esa parte de los vascos que nunca llegó a entrar en contacto con la civilización porque se mantuvo al margen es la que se ha impuesto. Pero ¿tú has oído cómo habla no la gente de ETA sino el mismo Urkullu?». Asiento en silencio. «No saben ni articular una frase con coherencia», me dice con unos ojos sumidos en un océano de consternación. «Y ésa es la gente que gobierna en mi tierra...». No despego los labios. Sinceramente, no sé cómo consolarlo en su dolor. «San Sebastián», prosigue, «siempre fue una ciudad chic y ahora... Tendrías que ver cómo se viste, cómo habla, cómo se mueve la gente... He conocido naciones africanas más modernas. Créeme, mi tierra la están destruyendo «boronos» con anorak». Por un momento, temo que rompa a llorar.