José María Marco
Boston
Boston es una ciudad admirable por muchas cosas. Trabajadora, dinámica y próspera, desde los primeros momentos de la Revolución y la Independencia se esforzó por realizar un ideal de libertad civilizada. Los bostonianos –y las bostonianas– formaron una elite, una aristocracia no siempre apreciada por el resto de sus compatriotas. Buscaba equilibrar, con el ejercicio de la libertad, una democracia que en algunas ocasiones tendía al populismo y a la falta de respeto hacia los derechos humanos. Lo ocurrido la semana pasada, con los salvajes atentados de la maratón, han vuelto a demostrar la calidad de la ciudad: su generosidad, su disposición a colaborar, su rechazo inequívoco a la amenaza terrorista.
Aun así, no todo ha sido tan brillante y hay algunos hechos que, sin empañar el conjunto, deberían suscitar una reflexión acerca de lo que está ocurriendo en las sociedades occidentales y en particular en Estados Unidos y entre sus elites, cuando hay que enfrentarse al hecho brutal del terror. El presidente Obama pronunció un discurso en la Catedral de la Santa Cruz de Boston, una iglesia católica de las muchas que hay en Massachusetts. Fue más allá de aquello para lo que están los templos, que es rezar, consolar a los afligidos y mostrar la disposición a ayudar. No resistió la tentación de insinuar un mitin político, con él mismo y la «paz» de protagonistas. El toque de queda y la ocupación de la ciudad por las fuerzas del orden muestran algo que los europeos no siempre comprenden, y es la disciplina de los norteamericanos a la hora de defender sus libertades. Más difícil de entender es que se hablara en muchos sitios, incluidas las instancias oficiales, de «caza al hombre». «Caza al hombre» que, por otra parte, se resolvió sólo gracias a la colaboración de un ciudadano cuando se suspendió el toque de queda. La celebración de la captura del terrorista no pasará a los anales de la dignidad humana, pero parece encajar –ojalá esto sea una equivocación– con esa deshumanización que lleva a «cazar» terroristas, o presuntos terroristas, desde aparatos no tripulados. Ya van algunos miles de muertos, entre ellos un número indeterminado de civiles. Las palabras «paz» y «amor», repetidas estos días, cobran un sentido inquietante con el trasfondo de estos hechos, y aún más si se recuerda lo que está ocurriendo en otras partes del mundo, algunas abandonadas a su suerte. El mismo día de la maratón de Boston, una serie de atentados dejó 75 personas asesinadas y unas 350 heridas en Irak.
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