Restringido

Brillan las navajas de las tribus políticas

La Razón
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Más que partidos responsables, que sirven de cauce a la participación política y buscan el entendimiento entre ellos para mejorar las condiciones de vida de la comunidad, parecen tribus urbanas con navajas cabriteras en las manos. Observemos atentamente el panorama mientras el Rey da por concluida la segunda ronda de consultas para formar gobierno. La tribu socialista es enemiga declarada de la tribu popular y no se fía del todo de los podemitas ni quiere la ayuda, por si las moscas, de las variopintas bagaudas separatistas; sólo confía en la ayuda de la tribu ciudadana. Los populares huyen como de la peste de separatistas y podemitas, a los que consideran una peligrosa amenaza para el barrio, y estarían dispuestos, para hacerles frente, a aliarse con socialistas y ciudadanos, pero mandando ellos, con su jefe al frente. Los de Podemos mantienen buen rollo con las bagaudas separatistas de la periferia y pretenden aliarse con los socialistas, pero sin Ciudadanos, con el propósito de machacar a los populares en el callejón del gato y luego liquidar al PSOE en las garitas de los despachos y hacerse con todo el poder. La tribu de Ciudadanos parece la más pacífica. Enemiga declarada de los separatistas y poco amiga de los podemitas, se ofrece a mediar entre populares y socialistas con escasas esperanzas de éxito, confiando en que los jefes de esas dos bandas –un tal Rajoy y el soldado Sánchez– se hagan a un lado para facilitar las cosas y que cese de una vez el brillo de las navajas.

Las buenas gentes de los distintos barrios de España observan, con creciente incomodidad y con incipiente cabreo, el zarrapastroso espectáculo. Comprueban que las distintas tribus políticas desprecian abiertamente el mandato de las urnas, que les obliga al diálogo y al entendimiento. Los cronistas urbanos poniéndose al servicio entusiasta de una u otra tribu tampoco ayudan al armisticio y a recuperar la sensatez. Entre unos y otros están poniendo al Rey en un brete, justo en el momento en que empieza su reinado en serio. El contraste con el comportamiento de los políticos de la Transición, que algunos se empeñan ahora en denigrar, salta a la vista. Sólo una pequeña muestra. En el prólogo del libro «Fue posible la concordia» (Espasa, 1996), escribe Adolfo Suárez, coautor conmigo de dicha obra, y que yo interpreto como relato testamentario, lo siguiente: «Pienso que, en mi actuación pública, no he hecho daño a nadie. Al menos no tengo conciencia de haberlo hecho. A nadie he considerado nunca “enemigo”. No creo que la política consista en una dialéctica de hostilidad». Así es. El adversario no es un enemigo. ¿Por qué no guardan de una vez las navajas?