Cristina López Schlichting
Brujas buenas
Pues no me aclaro. Reconozco que esto de las parteras naturistas me atrae y repele a la vez. En Albania, en los 90, una bruja o curandera me compuso de un tirón un tobillo que me había torcido en una trinchera del sur de Kosovo y, después, me envolvió el pie en un majado de cebolla y me lo dejó nuevo. Cada vez encuentro más utilidad en las tisanas, pomadas naturales, complementos alimenticios, masajes y prácticas paramédicas. Por otro lado, casi me mareo cuando me contaron que en Centroeuropa hay ecologistas que se comen la placenta salteadita y sofrita en familia tras el parto porque lo consideran beneficioso para la salud. Supongo que hay una delgada línea entre lo razonable y el exceso, y no siempre es clara. No es lo mismo meditar que dar saltos en torno a una representación totémica; beneficiarse de las hierbas que prescindir de medicamentos; ayunar de vez en cuando, que infralimentarse. Las parteras son figuras habituales en ciertas culturas, que acompañan y enseñan cotidianamente en casa, cosa que el personal sanitario no tiene tiempo de hacer. Son figuras ancestrales, que resucitan en las sociedades modernas porque ya no hay familia extensa, a veces ni siquiera madres ni vecinas dispuestas a hacer ese papel. Supongo que estos usos nuevos entrañan también el riesgo, en ciertos casos, del curanderismo, pero no por eso dejan de responder a una necesidad, y seguramente con provecho. Entiendo también que desafían el corporativismo profesional de otros colectivos. Supongo que el tiempo hará su papel. Lo que es útil, sencillamente, pervive.
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