Marta Robles

Cadenas

Siempre he aborrecido esas cadenas obligatorias que te prometen una recompensa si las sigues haciendo esto o aquello y re enviándoselas a este o a aquel y te amenazan con un castigo si te olvidas de ellas y las rompes. Jamás he continuado ninguna, ni pienso hacerlo, aún a riesgo de que se vuelva a reinstaurar el infierno y me toque abrasarme entre sus llamas. Sin embargo, creo rotunda y fervientemente en trabajar pasándose los cubos de mano en mano para apagar los incendios. O lo que es lo mismo, me parece que el mundo es un lugar mejor cuando hay intercambio y solidaridad. Y es igual que ese intercambio sea de bienes materiales y cuantificables o que lo sea de intangibles como la esperanza. El hombre es más hombre y mejor cuando intercambia y más aún si lo intercambiando es sentimiento, ese alimento espiritual del que se nutren las almas humanas. Que ahora las redes permitan intercambiar incluso con desconocidos, conocimientos, temores y hasta amor es un milagro. El mismo que esperan un niño y su hermano y que ya existe, de alguna manera en el puro amor de ambos compartido con tantos a través de internet. Que el destino tiene la últimos palabra es algo que certificamos en aquella película «Cadena de favores», que todavía nos arranca las lágrimas, pero que la recompensa de trabajar unidos deja una huella indeleble en las personas y las hace mejores, pase lo que pase, también es una realidad, que nos hace creer, al menos a mi, en que los seres humanos, en el fondo, no somos tan malos.