América

César Vidal

California (I): el agua

La Razón
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Viajar por California es un auténtico regalo para los sentidos. Su clima es el mejor de la unión y se parece de manera dulce y generosa al del Mediterráneo español. Santa Marta lleva a rememorar veranos pasados en el Grao de Gandía mientras que la vegetación cercana a San Diego hace pensar que se está en algunos lugares de la sierra de Madrid o de Murcia. Todo esto llama poderosamente la atención porque en este estado, que si fuera independiente sería la quinta potencia económica mundial, no faltan las tierras literalmente desérticas. Con una longitud que se aproxima mucho a la de España y con una población no mucho menor, California tiene un problema con el agua que recuerda al que ha aquejado durante siglos a nuestra nación. ¿Cómo ha podido este estado del suroeste americano superar ese grave inconveniente de la Naturaleza y disparar su prosperidad? Recurriendo a los trasvases. Los californianos comprendieron que la única salida para que la parte húmeda del estado pudiera satisfacer a las más sedientas era recurrir a esa misma herramienta que hace ya casi veinte años quiso poner en funcionamiento José María Aznar. También es cierto que en California no hay nacionalistas catalanes que se opusieran al trasvase y consiguieran abortarlo como sucedió en España en los aciagos días de Rodríguez Zapatero. A diferencia de esa visión catalanista que siempre ha considerado que competir no es hacerlo mejor, sino partirle las piernas al otro para que no pueda alcanzar la meta, en California se impuso el bien común. Jamás han sufrido el espectáculo bochornoso de unos nacionalistas catalanes que preferían que el agua del Ebro fuera a dar al mar sin aprovechar con tal de que no regara los campos de valencianos, murcianos y almerienses. El resultado está a la vista. California tiene una pujanza económica que comenzó con la agricultura y se ha ido extendiendo como una bendita mancha de aceite sagrado por todo el estado. Ni Nueva York ni el sur de la Florida ni Washington ni siquiera la extraordinaria Texas que ha llegado a crear algún año el cuarenta por ciento del nuevo empleo de Estados Unidos logran transmitir su sensación de riqueza tranquila, accesible y sólida. Todo comenzó cuando quedó claro que una pequeña minoría no podía usurpar el acceso al progreso de la mayoría. En España, no lo hemos conseguido. Así nos va.