Alfonso Merlos

Camina o revienta

A medio caballo entre lo patético y lo circense. Cuesta imaginar a un político ocupando un cargo institucional importantísimo y respetabilísimo convertido, por voluntad propia, en un mono de feria al que los españoles escrutan entre la perplejidad, la risa o la vergüenza ajena; o el cabreo, cuando reparan en que las facturas que se deja sin pagar la morosa Generalidad catalana recaen sobre las espaldas de manchegos, gallegos o madrileños.

Pero ahí esta Artur Mas. No es que se haya embarcado en la nave de ningún misterio sino que más bien se ha subido al tren de la locura. Se ha puesto, cual suicida, a los mandos de una locomotora que no es que lleve a vía muerta: acabará en un precipicio. Y con la irresponsabilidad añadida de que ha estafado con el billete a sus conciudadanos. Pero, ¿qué sería de la causa nacionalista sin el ejercicio sistemático y pertinaz de la mentira? ¿Para qué puede servir mejor el engaño masivo que para ser usado como arma partidista que hace avanzar los más espurios intereses?

Es simplemente una tomadura de pelo, más que un ultraje descarnado o una traición abierta, la idea de comunicarle a Rajoy que va a abrir las urnas en una región de España para ver si dinamita –¡por fin!– la unidad nacional. ¿Cuánto tiempo más piensa perder esta partida de frívolos en el durísimo sendero de la salida de la crisis? ¿No podrían dedicarle esas horas y fanfarrias y comisiones y reuniones a pensar cómo quitar de Cataluña un millón de desempleados y subempleados?

Como «El Lute», Mas parece entender que la alternativa a caminar es reventar. Ignora que es lo primero lo que conducirá indefectiblemente a lo segundo. Por su orden. Al tiempo.