Martín Prieto
Capitanes de empresa
En estos días que valen por años en los que campa por Europa un neocomunismo de alpargata junto a una extrema derecha extravagante, sucesos luctuosos como la desaparición del gran editor José Manuel Lara entrañan paradójicamente un desmentido a «La incógnita del hombre» del fascistoide Alexis Carrel. Lo que hace el hombre es la piedra sillar de su vida y de la existencia de quienes le rodean, y los valores del hombre público están tasados: esfuerzo, respeto a la legalidad común, tolerancia y modestia personal. Es un lugar común que cuando un emprendedor de éxito alcanza los cincuenta años y cambia de coche, de casa y de mujer, su empresa comenzará a hacer aguas. La esperanza es que, contra los catastrofistas, hay muchos Laras en España cuyo legado es la prudencia, la austeridad, la creación de riqueza y el convencimiento de que es positivo dejar vivir a los demás aunque no sean afines. Lara fue un paradigma de tolerancia conjugada con el éxito, factores que no siempre se integran. Vivió, dejó vivir y ayudó a vivir, a los hombres y a las ideas. Nadie puede estimar que España es un proyecto fracasado mientras genere hijos como el desaparecido editor. Nunca entró directamente en política pero la hizo desde su imperio global, financiando proyectos informativos en las antípodas de sus ideas e intereses. Como intelectual no sabía ser excluyente y enfrentó la crisis creando trabajo y expandiéndose hasta resaltar Barcelona en el mapa internacional. Familia, empresa y lectura fueron sus carriles vitales y hasta la temprana muerte la afrontó con entereza y discreción. Representó magníficamente la significación perdida de los capitanes de empresa que crearon la modernidad que tenemos y que unos oportunistas quieren subvertir sin haber creado nada para el provecho común. José Manuel Lara sí supo huir de la persistente descalificación de Ortega: «Lo que nos pasa a los españoles es que no sabemos lo que nos pasa. Y eso es lo que nos pasa».
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