Rosetta Forner

Caracol al volante

La Razón
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Tal vez tienen la intención de desanimarnos y que no cojamos el coche para desplazarnos por la ciudad. A 30 km/hora nos dará tiempo a pensar, meditar, mirar el paisaje, incluso a aburrirnos. Al conducir a poca velocidad, tendemos a disociarnos del proceso de conducción, quizá debido a que la lentitud relaja cuando no aburre, o porque estamos acostumbrados (anclaje psicológico) a conducir a más velocidad. Mucho me temo que los atascos en las ciudades se incrementarán. La velocidad excesiva no es buena, como tampoco lo es la mala educación al volante y la desconsideración hacia los demás. Nos metemos mucho con la velocidad obviando que hay gente que, además de ir a una excesiva, conducen como si fuesen los dueños de la calzada y, por ende, los únicos con derecho a transitarla, es más, los demás les molestan. Son esos que, al volante de un coche, se transfiguran en una suerte de «monstruitos» egoístas envalentonados que le plantan cara a todo aquel que osa cruzarse en su camino, al cual «le darán con la bocina» o le amedrantarán pisando el acelerador sin detenerse a considerar si es un anciano que cruza la calle, un ciclista que va pedaleando por la calzada, o un coche que circula por el otro carril. El caso es «echarles» de su camino. Obviamente, la velocidad incrementa la peligrosidad de dicha conducta. Por consiguiente, alguien de frustración fácil se pondrá peor al volante si debe circular a 30 km/hora. Antaño la gente estaba acostumbrada a «la lentitud»: los coches eran lentos, los trenes iban al ritmo del «chácháchá’» y las comunicaciones telefónicas llevaban su tiempo. En cambio, en esta era de lo «inmediato», ir a ritmo lento exaspera más que relaja, aunque como decía mi abuela: «el que va deprisa, no se divierte». ¿La solución? Imaginar que somos caracoles, así el ir a 30km/hora, igual nos marea. Eso sí, siempre nos quedará el ir en el coche de san Fernando, el de» un ratito a pie...».