El desafío independentista

Catalanes a la greña

La Razón
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Unas 8.000 personas, según la Guardia Urbana, y 60.000, según los organizadores, se manifestaron ayer en Barcelona en protesta por la decisión del Tribunal Constitucional de paralizar varias leyes del Parlament. La concentración consiguió algo poco frecuente en las últimas semanas: ofrecer una imagen de unidad de los partidos independentistas. Unidad a medias, a juzgar por el escaso número de manifestantes.

La razón no es otra que los Presupuestos de la Generalitat de este año, para los que Oriol Junqueras se ha quedado sin el apoyo de ningún partido político salvo el suyo. La CUP –con la que supuestamente mantiene una coalición de gobierno– anunció el sábado que va a presentar una enmienda a la totalidad de las cuentas pues no recogen «ninguna o casi ninguna» de sus demandas. A saber: incumplir el objetivo de déficit fijado para este año; desobedecer al Constitucional; e impagar la deuda. Así las cosas, los Presupuestos más sociales –a juzgar por las declaraciones de los líderes de Junts pel Sí– prometen quedarse en papel mojado. Y es que las próximas elecciones están sacando lo peor de los partidos independentistas: su modelo de Estado tras la secesión, en la que apenas coinciden unos y otros. Un lío. Por eso el desafío ahora está en ver quien pone el listón independentista más alto y más cercano en el tiempo y quien adopta las posiciones más radicales en la calle e instituciones. Lo malo es que, frente a este disparate, los partidos constitucionalistas tampoco son una excepción. Lo vemos en el PSOE apoyando a Ada Colau en el ayuntamiento de Barcelona, o el líder de Ciudadanos, que en cuanto puede se fotografía con cualquiera de ellos para parecer más dialogante. Por eso, no debe extrañarnos que, con motivo de las elecciones, se desate la imaginación para captar ese voto radical: moneda catalana, pasaporte, coros y danzas, y, como nos descuidemos, demostración sindical en el Nou Camp.

Pero, con todo, no son preocupantes las ocurrencias secesionistas. Lo peor de todo es la propaganda oficial y mediática catalana, que distorsiona esa realidad e incluso la de aquellos que defienden otras cosas. Ver babear a los empresarios ante Pablo Iglesias y Ada Colau resulta extraño, pero más me preocupa que puedan pensar que lo que escuchan puede ser compatible con lo que ellos defienden. Lo pensó hace un tiempo bambi Zapatero y así nos ha ido.