César Vidal

Catalonistán

Fueron ellos los que se lo buscaron. Desde el principio. De manera consciente. Sin tregua ni pausa. La idea de que la llegada de nuevos inmigrantes procedentes de Hispanoamérica reforzara los vínculos con el resto de España les ponía de los nervios. Para contrarrestar tan indeseada e indeseable posibilidad decidieron abrir las puertas de la región a las gentes del norte de África sin reparar en las diferencias culturales y religiosas. Estaban convencidos de que a gentes que no han conseguido uniformizar ni poderes coloniales ni sultanes las ahormaría el pujolismo. Así, los nacionalistas catalanes lograron que la región que rigen como su cortijo se convirtiera en la de mayor densidad islámica de toda Europa. De sus siete millones de habitantes, los musulmanes representan ya una cifra de seis ceros. Hace dos años, me hice eco de un informe secreto norteamericano donde se indicaba que Cataluña se había convertido en un peligro para la seguridad de Europa fundamentalmente por dos razones. La primera era el número de musulmanes y la segunda, la proliferación de las mafias. Lo primero lo habían descubierto los norteamericanos al capturar terroristas en Irak y Afganistán y descubrir que en no pocos casos procedían del mayor centro de reclutamiento de yihadistas de Occidente que no era otro que Cataluña. Lo segundo porque, entre otras razones, la salida de la Policía Nacional a instancias del nacionalismo había convertido el área en auténtico santuario para las mafias. El informe señalaba otros aspectos, pero no deseo ensañarme. Ahora, de repente, la opinión pública está inquieta porque en el lugar de una antigua plaza de toros puede alzarse una mezquita espectacular que reine muy por encima de la catedral de la Sagrada Familia. No digo que el episodio no resulte inquietante, pero es todo un símbolo de las consecuencias finales del nacionalismo catalán. El odio hacia lo español no va a conducir a la región a una Arcadia feliz que no existió jamás en el pasado y que aún tiene menos posibilidades de darse en el futuro. Por el contrario, arrastra de manera inexorable hacia una nueva realidad de la que los mismos nacionalistas acabarán siendo barridos por los que son más fuertes y más numerosos que ellos. Carod Rovira se jactó de la existencia de un «islam a la catalana» demostrando una ignorancia tan desmesurada como su soberbia. Pensaron neciamente que el islam se catalanizaría. Abundan, por el contrario, las pruebas de que lo que el porvenir puede esconder es simplemente la aparición de Catalonistán.