Joaquín Marco
Cemento y ladrillo
Los españoles somos cada vez más pobres. Los afortunados que han logrado mantener su piso con o sin hipoteca, observan cómo se desvaloriza. El descenso de los precios, ya sea en la primera vivienda o en la segunda residencia, no ha finalizado todavía, aunque los especialistas creen que está tocando fondo. La crisis financiera que estamos atravesando está estrechamente vinculada al mundo de la construcción. La propiedad de la vivienda y las dificultades que ha supuesto aparecía ya en aquellos años del cine neorrealista y de humor negro en un filme como «El pisito», de 1959, de Marco Ferreri e Isidoro M. Ferri, interpretada por un genial J.L. López Vázquez y Mary Carrillo (detrás estaba la mano de Rafael Azcona). Eran años de suma estrechez, cuando, como ahora mismo, se alquilaban habitaciones y López Vázquez vivía en el piso de una anciana con la que se vería obligado a casarse para poder mantenerse en él y una vez desaparecida matrimoniar con su novia. Tuvo que esperar dos años, claro. A aquellos tiempos oscuros de la España del subdesarrollo le sucedieron otros en los que la burbuja sustituyó las peripecias de una clase media incipiente. Ahora vivimos los años del desahucio. La construcción supuso un floreciente mundo industrial que iba desde los muebles, la decoración y la industria derivada de la avalancha constructora. En 2006, los afiliados a la Seguridad Social de la construcción eran 1.919.889; en 2010 1.0044.345. Al año siguiente se habían perdido casi doscientos mil puestos más de trabajo y en marzo de este año nos encontrábamos en los 646.367. La buena noticia –un espejismo– del mes de abril ha sido la del descenso del paro en 46.050 personas según la estadística del antiguo INEM (distinta de la de la EPA, la de los 6,2 millones). Pero en esta cifra de nuevos afiliados el sector de la construcción resulta agraciado. Cosas del clima.
De las 800.000 viviendas que se iniciaban en 2006 y 2007 hemos pasado a 40.000, prácticamente a niveles de los años sesenta. El parque inmobiliario roza, según los expertos el millón de pisos vacíos. Disponemos, además, de un banco malo, donde se albergan muchos de difícil salida y suelo, procedentes de los bancos y excajas. Sin crédito que ampare la construcción, sin hipotecas que puedan otorgar las entidades financieras nos hallamos ante una situación casi desesperada que afecta al conjunto del sector. ¿Cuántas pequeñas, medianas y grandes empresas han desaparecido ya? ¿Cuántos arquitectos y aparejadores han emigrado o trabajan, con suerte, en alguna otra cosa? La inversión pública del Ministerio de Fomento ha pasado de los 44.000 millones de euros del 2006 a unos 10.000 previstos para el año en curso. Ni siquiera la peligrosa carretera N2 ha podido desdoblarse, desde Girona hasta la frontera, y los camiones pesados deben hacer el trayecto por autopista de peaje, dado el alto número de siniestros. El Estado no dispone de márgenes inversores en el ámbito de lo que calificaríamos como cemento. El novelista soviético Gladkov (1883-1958) tituló así, «Cemento», su novela de 1925, en la que describía no sólo el mundo del trabajo en una ya extinta URSS, que unía el crecimiento económico al desarrollo del nuevo estado, sino que implicaba también grandes inversiones en obra pública. Se especula que este año bajará otro 20% la producción de cemento que pasó de las 56 millones de toneladas en el 2007, a los 13,5 en el 2012. Brota como una culpabilización social del sector. Apenas si se alude a su recuperación, aunque ésta deba reducirse a límites precisos. Bien es verdad que aquel «boom» debía haberse contemplado como el peligro de una bomba de efectos retardados. Pero, en gran medida, los orígenes del desastre deben buscarse en el sector financiero. Las facilidades crediticias indujeron a superar en mucho las necesidades de vivienda y lanzaron a las instituciones a obras tan inútiles como faraónicas. José Manuel Galindo, presidente de la Asociación de Promotores y Constructores de España (APCE) observa que «aunque hay una demanda insatisfecha, aún no se han encontrado la oferta y la demanda». Y, con esperanza, entiende que «en cuanto haya crédito, habrá operaciones y, al poder comparar, se estabilizarán los precios». La solución reside, pues, en la recuperación del crédito. El sector sigue dependiendo de factores bancarios, ajenos a él.
Desde «El pisito» hasta hoy hemos dado la vuelta a la situación. No es que no exista un comprador latente, es que no dispone del crédito para la compra, si es que se altera la tradición y los jóvenes y no tan jóvenes no se inclinan hacia el alquiler. Se deja sentir ya en las principales ciudades españolas el influjo de compradores extranjeros que pueden hacerse con auténticas gangas. La construcción se ha inclinado, asimismo, hacia la rehabilitación como paño de lágrimas. Pero lo cierto es que el deterioro del parque de viviendas bien merecería una atención especial. Salvo los interesados, pocos confían en una recuperación a corto o medio plazo y no es que el ámbito público no requiera evidentes mejoras en carreteras u obras de mantenimiento de las que se encuentra desasistido. Pero buena parte de la mano de obra carece de estudios o de formación específica por lo que resulta difícil la readaptación a otros ámbitos, cuando empiecen a mostrar signos de recuperación. He aquí, pues, una realidad difícil, aunque bien pueda asegurarse que, cuando los precios hayan alcanzado el límite de depreciación y comiencen una lenta escalada, la crisis (y no sólo la de la construcción) habrá sido vencida: un indicador válido. Por ahora, abandonada a su suerte, ya que no hay político que se atreva a hincarle el diente, no dejará de ser un sector decisivo y conflictivo.