Ely del Valle

Cena de empresa

Como cualquier empresa, el PP madrileño ha celebrado su cena navideña a la que han asistido los que serán candidatos y aún no lo saben y los que creyendo que lo van a ser y no lo serán, todavía lo desconocen. Todos, los que lo dan por hecho y los que confían en tener todavía una oportunidad, pendientes del un hombre, unas veces tan previsible y otras tan dado a los golpes de timón, que es imposible adivinar si figura en su agenda algún nombre o si su hoja de ruta sigue en blanco a la espera de que su oráculo de cabecera encuentre la conjunción astral propicia para leerle las entrañas a las encuestas con algún fundamento.

El problema de Rajoy, es que, además de ser amigo de los embarazos largos y de las incógnitas prolongadas, no tiene una lectura corporal fácil, y, aunque seguro que a alguno se le ha pasado por la cabeza, tampoco tiene pinta de dejarse llevar por la euforia propia de estas fechas que, debidamente adobada por una buena ración de chupitos, suele soltarnos la lengua. Así que esta noche, una vez finalizada esta cita de fraternidad y rivalidad a partes iguales, seguro que más de uno se habrá acostado intentando descifrar si aquel gesto al pasar el pan, si esas palabra concretas a la hora de los brindis, si la mayor o menor intensidad en el apretón de manos o si aquella mirada, ya sea por presente o por ausente, ha tenido algún significado oculto en el que se pueda vaticinar por dónde van a ir los tiros. Hoy todo van a ser interpretaciones y lecturas entre líneas, la mayor parte de ellas probablemente equivocadas, no de las palabras sino de los gestos de un Papá Noel que ha decidido, muy en su línea, posponer el reparto de regalos y de carbón hasta San Valentín.