José Luis Alvite

Cenizas, deudas y humo

Cenizas, deudas y humo
Cenizas, deudas y humolarazon

Cuesta creer que nadie en las aldeas de Galicia haya sospechado de la presencia extemporánea del tipo extraño a quien podría atribuírsele el incendio del monte cercano. Resulta también sorprendente que al paso del pirómano desconocido no ladren esos perros de los que se dice que pueden intuir la sigilosa babucha de la muerte. Nadie ve, nadie escucha, nadie se sorprende. ¿Cómo hemos de interpretar esa aparente indiferencia? ¿Qué turbio negocio se dirime entre el silencio y el fuego? ¿Cómo puede ser que en todo el norte de España sólo ardan los bosques de Galicia? Hay opiniones para todos los gustos en los ambientes políticos y en los foros técnicos y científicos, pero donde de verdad se apunta lejos es en las tascas de las aldeas, en ese ámbito catastral, tabernario y sociológico en el que las voces tienen menos sustancia que los silencios. Se sospecha que pueda tratarse de una conspiración de la industria maderera, como ya es tradición, pero se apunta también en la dirección del costosísimo operativo dispuesto para la lucha contra las devastaciones forestales y la envidiable rentabilidad que en los veranos de Galicia consiguen los helicópteros de las empresas privadas que luchan contra esos incendios anónimos y tenaces en los que hasta parece que ni siquiera las llamas hayan sabido nunca de dónde diablos vino por la noche el fuego. Podría ocurrir en este caso lo que sucede con la Mafia cuando, a cambio de una buena suma de dinero, el matón le ofrece su protección al dueño de la licorería en un diálogo breve y resuelto: «No tengo enemigos –replica el tabernero– así que no sé de quién vas a protegerme». «Lisa y llanamente, te protegeré de mí», responde el matón. Yo no puedo saber quién quema los bosques de Galicia. De lo que no cabe duda es de que los helicópteros se están llevando el dinero y dejando las cenizas, las deudas y el humo.