Alfredo Semprún

Centroáfrica: las milicias musulmanas se reagrupan

Cuando, la semana pasada, los soldados franceses se hicieron con el control del palacio presidencial, hallaron en las mazmorras del sótano a varios prisioneros olvidados por sus captores. Dos estaban relativamente bien, pero un tercero agonizaba con la garganta seccionada. La médico militar que le atendió, y que le salvó la vida, hablaba de un «milagro». El palacio, enclavado en medio de una colina boscosa, había sido saqueado a conciencia por sus efímeros ocupantes.

Mesas, sillas, sofás, lámparas, alfombras, teléfonos, equipos informáticos, vajilla y cristalerías, hasta las ollas de la cocina se apilaban poco después en los camiones militares que, bajo la escolta de soldados burundeses, debían evacuar a los milicianos musulmanes hasta un campo de reunión. Además del botín, los «seleka» se llevaban el armamento ligero –fusiles y lanzagranadas–, dejando la artillería pesada en poder de las fuerzas de paz de la ONU. Mientras, en los barrios musulmanes de la capital, Bangui, continuaban los saqueos y los linchamientos. Los testigos dicen que son pocos los que matan, pero muchos los que se apuntan al robo.

La escasez de armas de fuego entre las milicias cristianas ha impedido una matanza a gran escala, más que la intervención de las tropas francesas y africanas que no dan abasto para cubrir todos los frentes del país centro africano. Pero los asesinatos no se detienen. La Cruz Roja ha recogido de las calles de Bangui treinta cadáveres entre el jueves y el viernes, la mayoría mutilados. Las organizaciones humanitarias denuncian que una de las víctimas, acorralada por la multitud, se defendía con la fuerza de la desesperación mientras los componentes de una patrulla francesa pedía permiso para intervenir. Cuando llegó la autorización, ya era tarde.

Francia actúa con pies de plomo para evitar echarse encima a la población cristiana, que ha sufrido durante meses las peores violencias y clama venganza, pero, tarde o temprano, tendrá que emplearse a fondo, entre otras cuestiones porque las múltiples milicias musulmanas no están derrotadas, ni mucho menos. Tras el desconcierto que siguió a la intervención francesa y la constatación de que no es lo mismo asesinar a civiles indefensos que enfrentarse con tropas profesionales, los distintos comandantes «seleka» han ido retirando a sus milicianos de la capital y tomando posiciones en el interior del país. Es difícil calcular su número, pero son varios millares. Unos se han retirado hacia la frontera con Chad, pero otros ocupan la principal zona diamantífera –Bria– y el eje central de comunicaciones –Sibut– , a escasos 200 kilómetros de la capital, Bangui. Hacía la ciudad de Sibut, que ha sido vaciada de sus habitantes, partieron el viernes tropas africanas de paz, con apoyo técnico francés. Pero también se han detectado concentraciones de «selekas» en Bossembelé, Doba, Berbarati y Ndlele. La situación está lejos de resolverse y va a obligar a mantener la intervención internacional mucho más tiempo de lo inicialmente previsto. Con todo, lo peor es la brecha abierta, irreconciliable, entre cristianos y musulmanes en el territorio. Estos últimos abandonan por decenas de miles sus hogares en el sur, camino de las fronteras donde se habla árabe. A los «seleka» ya les echaron una vez, pero volvieron.