Alfonso Ussía
Chichiriviche
El exterminador del pito de oro ha abierto un buen negocio en la Venezuela de Maduro, Iglesias, Monedero, Errejón y los supermercados vacíos. Su tienda de bebidas está bien surtida y el dinero fluye como el agua del Urumea, o como la sangre de sus víctimas, que aún no se ha secado. Muchos litros de sangre corren por las venas de veinticinco asesinados.
Los etarras protegidos por la arruinada tiranía bolivariana no sufren quebrantos ni necesidades. Y entre unos y otros han ayudado a De Juana Chaos a establecer su despacho de bebidas en Chichiriviche, una bella localidad caribeña con su playa vigilada por una cadena de arrecifes de coral. Lugar privilegiado para bucear y admirar la belleza del mar transparente y sus peces multicolores. Chichiriviche fue descubierta en 1499 por el navegante español don Alfonso de Ojeda, que desembarcó con sus hombres. Al no encontrar ningún despacho de bebidas, decidió que no merecía la pena combatir con un numeroso grupo de indígenas de antipatía bastante descriptible, y dejó Chichiriviche como estaba.
Como estaba hasta hoy.
Hoy, Chichiriviche ha dejado de ser un destino turístico del Estado de Falcón para convertirse en el refugio dorado de un asesino en serie que ha engordado en Venezuela una barbaridad. No es sencillo robustecerse en un país con los comercios de comestibles sin comestibles que ofrecer. No obstante, los etarras disponen de acceso libre a los economatos del Ejército bolivariano y a las tiendas exclusivas de los dirigentes, en las que se pueden comprar hasta rollos de papel higiénico. Maduro tiene muchos defectos, pero sabe atender perfectamente a sus amigos. Monedero puede confirmarlo.
Me preocupa la panza del criminal. Su esposa, Irati Aranzábal, que viaja mucho a Bilbao para recolectar ayudas, se mantiene como un junco. Se trata de una mujer atractiva con un desfase mórbido. Se enamora de criminales en serie. Pero De Juana Chaos no debe olvidar que, cumplido el encaprichado morbo, una mujer que se cuida puede dejar de respetar a un hombre que se abandona. Y que también en Chichiriviche emergen de las frentes los mismos cuernos que en Baracaldo, Santurce o Rentería. De ciervo de Chichiriviche, pero primo hermano de los venados españoles.
La obligación del Gobierno de España no es otra que exigir, aún sabiendo que su exigencia no va a ser atendida, la extradición del asesino. Ya conoce, al menos, su ubicación y su negocio. Por otra parte, adeuda millones de euros a las familias de sus víctimas. Los de Podemos pueden estar tranquilos, porque saben perfectamente que Maduro no va a entregar a un Estado de Derecho a uno de sus asesinos protegidos. Pero la Justicia demanda una inmediata solicitud judicial por vía diplomática. España está obligada a intervenir de inmediato, aún conociendo de antemano la negativa de Maduro. En el fondo, si las fuerzas policiales del sucesor de Chávez asesinaron hace un año a cuarenta y tres estudiantes por acudir a una manifestación, y eran venezolanos, ¿qué le puede obligar a Maduro a devolver a un empresario de bebidas que sólo ha matado a veinticinco españoles? Nada ni nadie.
Pero cuidado con viajar a Chichiriviche. Tampoco se pierden mucho los que anulen su viaje y estancia en aquel lugar. En el Caribe hay playas más blancas, aguas más cristalinas y peces tan apreciables como en Chichiriviche sin tener que respirar el mismo oxígeno que un depredador de vidas humanas. Lo único divertido que tiene Chichiriviche es su nombre, pero también es desdeñable esa efímera diversión. Tranquilidad. Los hijos de puta siempre terminan perdiendo.
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