Alfredo Semprún
Chile: los indios que vosotros matasteis
En el viejo bachillerato, es decir, el mío, había sitio para «La Araucana» –también para la cristalografía, absurdo docente que merece una investigación a fondo– de Alonso de Ercilla, un largo poema épico que relataba entre veras y fantasías la conquista, luego fracasada, del sur de Chile. Por sus versos pasaban las muertes atormentadas de españoles e indios mapuches, como el capitán Pedro de Valdivia y los caciques Lautaro y Caupolicán. Ciertamente, no era aconsejable caer prisionero. De aquellas lecturas, y de una escena inexplicable para quienes comulgan a pies juntillas con la leyenda negra americana, la de Almagro, el joven», hijo mestizo de Diego de Almagro y, sin embargo, capitán por derecho sucesorio de la rebelión contra los Pizarro; me quedó la idea de que el racismo contaba poco en la generación de los conquistadores. Hijos de la larga guerra contra los moros, me parece que reaccionaban más al concepto «amigo-enemigo», que a la cuestión racial. Y así, Pedro de Alvarado, el «gran matador de indios», comparte tumba en igualdad de honores en la vieja catedral de Guatemala, la que destruyó un terremoto, con su mujer y su hija, de apellido Xicotencatl, que no es precisamente ario.
También lo he visto en el norte de México, donde quedan algunos archivos parroquiales con las nupcias entre hijos de españoles y de indios opatas, que se batieron el cobre juntos, luchando contra los apaches y otras plagas bárbaras. Pero a lo que íbamos. Dado que los araucanos, los actuales mapuches, eran duros de pelar, se llegó a un acuerdo, luego ratificado por la Corona, que establecía el río Bio Bio como frontera. En general, se respetó bastante, aunque al principio eran frecuentes las incursiones de rapiña de uno y otro lado. Pero pasaron los siglos y el comercio, la curiosidad y el sexo convirtieron la frontera del sur de Chile en un lugar relativamente tranquilo.
Los mapuches, además, supieron sacar rédito a las aportaciones europeas, como el caballo, la vaca y la oveja, y pronto los veremos atravesando la cordillera de los Andes para expandirse en las laderas argentinas y La Pampa. Cuando la Independencia, y con fino instinto, hicieron lo que la mayoría de los indios americanos: ponerse del lado de la Corona, es decir, de los realistas, porque sabían de sobra lo que podían esperar de los rebeldes criollos. En Chile, se conoce como «la pacificación de la Araucania» al exterminio de los mapuches y a la usurpación de sus tierras. En Argentina, la misma matanza se denomina «La guerra del Desierto» y tiene su poema épico en el «Martín Fierro». En su mayor parte, ocurrieron entre 1860 y 1880, cuando hacía décadas que ya no regían las leyes de España y, todo hay que decirlo, las armas de fuego eran mucho más rápidas y precisas que los arcabuces de los conquistadores. La mayoría de los nombres de los comandantes criollos que lucharon contra la indiada, «el malón», así como los de los caciques indios, eran españoles, pero quienes se quedaron con sus tierras, creando haciendas del tamaño de un pequeño país, preferían brindar por las victorias en alemán o, en su defecto, en inglés. Así que se acabaron los toldos, el siseo de las boleadoras y los revuelos de ponchos, ahogados en sangre. Conviene recordarlo porque el moderno criollaje todavía nos lo apunta a nosotros, los peninsulares.
El caso es que los mapuches del sur de Chile andan otra vez revueltos. En las últimas décadas, la moderna república ha intentado reparar el daño causado, pero sin mucho éxito ya que algunas de las exigencias indígenas supondrían un imposible y melancólico viaje en el tiempo. La pasada semana, en Vilcún, fueron asesinados, quemados vivos en su casa, los esposos Luchsinger, terratenientes de origen suizo y descendientes de los primeros colonos europeos blancos que llegaron al sur tras la estela del comandante Pinto. Él, Werner, de 75 años, se defendió a tiros mientras su mujer, Vivian, de 69, pedía ayuda por teléfono a los carabineros. Inútil. Los agresores rociaron de gasolina la mansión y la prendieron con ellos dentro. Hay un detenido, mapuche, que ejerce de chamán entre los suyos.
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