Alfonso Ussía
Chinos y Ben Yussuf
Creo que fue Samuel Bronston el productor de la película «El Cid», cuyos protagonistas son Charlton Heston y Sofia Loren. Bronston tiró la casa por la ventana y no reparó en gastos. La defensa de Valencia contra el temible ejército de Ben Yussuf fue consecuencia de una inteligente oferta de participación a decenas de miles de extras que creyeron pasar a la posteridad por participar gratuitamente en el rodaje. Bronston no pagó a los extras, pero mandó confeccionar más de 50.000 chilabas negras con sus respectivos turbantes para los ardientes seguidores de Yussuf, que aparecía como el moro más malísimo de todos los moros de aquella época. El Cid muerto, atado a su caballo, pasó por encima de Ben Yussuf y Valencia quedó, al fin, en poder de los españoles. La película «El Cid» ha cumplido los cincuenta y cinco años, y vaya usted a saber dónde estarán los cincuenta mil extras que se ofrecieron a cambio de nada por combatir al gran señor de Castilla. Los tiempos han cambiado y en la actualidad los extras cobran y hay que alimentarlos.
Están preocupados los de ERC por la participación voluntaria para formar parte de esa tontería de cadena humana que se va a montar en la «Diada». Los extras del ejército de Ben Yussuf están, en su mayoría, criando malvas y los organizadores del histórico evento sudan la gota gorda en pos de patriotas encadenables. Los hay que se van a encadenar en pelotas, y eso concede a la fiesta un cierto atractivo, siempre que los despelotados no sean los mismos que ensayaron recientemente en una playa de Gerona, mostrando sus cuerpos en trance de desmoronamiento inmediato. Cataluña en sus gentes, es infinitamente más guapa y estética que los elegidos por la organización. Mejor, vestidos con la segunda equipación del «Barça» en señal de respeto histórico a la Corona de Aragón, que en Zaragoza se agradecen mucho esos detalles.
Los organizadores del grandioso espectáculo empiezan a dudar del éxito, y se recorren Cataluña para captar participantes. Los catalanes separatistas lo harán gratis, como los guerreros de Ben Yussuf, pero ha principiado la picaresca. He sabido que la cotización por eslabón de la cadena a los mercenarios dispuestos a participar ha alcanzado la estimable cantidad de cincuenta euros, y que las arcas de la Generalidad pueden soportar ofertas superiores. Aún así, tampoco está asegurado el cierre de la cadena humana y van a tener que echar mano los organizadores a dirigentes de UGT, CC OO, el PSC y a socios del «Barça» para alcanzar una culminación de aparente dignidad. Porque una cadena que no se cierra no sirve para nada y queda chunguísima.
No me ofrezco a participar en ella, a ser un eslabón más del gran proyecto independentista, porque no tengo el carné de arraigo que se precisa para intervenir. En mi casa se consumen muchos productos catalanes, pero no puedo demostrarlo. De cuando en cuando, me confeccionan las «tebas» en Bel y Cía, sito en el Paseo de Gracia, que hacen las mejores «tebas» de España. Su creador, don Carlos Mitjans y Fitz-James Stuart, conde de Teba, sólo las usaba de Bel y Cía, que tiene en sus archivos los datos y medidas de casi todos los cazadores de Madrid, Sevilla, Jerez, Bilbao y Toledo. Si ello sirve y la Generalidad me aporta cincuenta euros, me pensaré ser parte de la cadena, renunciando a mi compromiso adquirido previamente para el día de la «Diada», que no es otro que el Campeonato de Canicas sobre Grava de Candeleda, cuyo título defiendo. Pero estoy dispuesto a no jugar a las canicas si la Generalidad me concede el carné de arraigo en Cataluña por mis «tebas» de Bel.
Recomiendo a la organización que piense en los chinos. No en el juego, sino en los naturales de China. Decenas de miles de ellos se han instalado en Cataluña, son disciplinados, resistentes y agradecidos a su manera. Con diez mil chinos mezclados en la cadena se podría conseguir una longitud independentista más que razonable, pero no les obliguen a hablar en catalán, ni a bailar la sardana, ni a darse un jardazo desde la torre de un castillo humano, porque los chinos son muy suyos y sus reacciones casi siempre se escapan de lo previsto. Otra cosa es que los observadores europeos y enviados especiales trinquen la triquiñuela y se roce el ridículo. Pero la independencia demanda riesgo, y si hay que hacer a diez mil chinos catalanes independentistas de toda la vida, pues se hace y ya está. Todo por la causa.
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