Paloma Pedrero
Comer con conciencia
En estos países nuestros donde la comida y la bebida campan a sus anchas en nuestras neveras, comer bien, en calidad y cantidad, se nos hace cada día más dificultoso. Comer es uno de los grandes placeres de la vida. Placer que va aumentando según van disminuyendo los otros grandes placeres. Vean si no a los abuelitos a la mesa, no perdonan ni una. En fin, que como se dice, somos lo que comemos, pero además comemos por lo que somos y según estemos. Cuando estamos tranquilos y andamos con cierto orden y concierto, solemos consumir menos y de forma más atinada. Al contrario, cuando vamos como locomotoras por la vida engullimos como canes. Cuando estamos tristes buscamos consuelo en las golosinas. Y cuando la ansiedad nos aborda, comer y beber se convierte en una búsqueda desesperada de sosiego. Muchas veces nos ponemos un vino para no darnos un cabezazo contra la pared. Sí, a menudo nos aferramos a una copa para quitarnos tensión. El problema es que, como en toda adicción, hay que ir aumentando la dosis para conseguir el efecto deseado. Y ya saben lo que pasa. Los médicos nos dicen lo que hay que hacer. Se lo resumo en cuatro líneas: Desayunar bien, sano y sentado (Uf). Hacer cinco comidas al día: desayuno, comida, cena y dos bocados entre horas de yogur o frutita (lástima). Si necesitamos dulce, que sea nutritivo; una buena opción es el chocolate negro (¡bien!). Beber agua en las comidas (Oh...!) No manducar delante del televisor; se pierde la noción de saciedad (y de todo). No asaltar la nevera (ya). No comer rápido. Beber sólo una copa de vino o de cerveza (¿una?). Y, por supuesto, elegir las viandas más sanas posibles (que hay mucho veneno). Sólo nos hace falta mirarnos al espejo para ver lo complicado de esta sencilla normativa. ¿No habría que empezar por mirarnos el alma?
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