Alfonso Ussía
Comité antiviolencia
Me consideraría ciudadano relativamente dichoso, si ante la depredadora Agencia Tributaria, pudiera ser enviado, con anterioridad a la ruina, al Comité Antiviolencia. Así que llega el mensajero del Ministerio de Montoro exigiendo a un masacrado contribuyente una subjetiva y caprichosa cantidad, y el masacrado contribuyente al grito de «¡A tomar por la baticola!» despide al mensajero y se afana en soplar por un pito que previamente le ha proporcionado un militante de la ONG «No pagues a Hacienda hasta que lo hagan los Pujol». Una ONG, hay que reconocerlo, con una denominación excesivamente prolongada. Ante semejante resistencia a la autoridad, la Agencia Tributaria y el Ministerio de Montoro, ejecutan, bloquean la cuenta del contribuyente y lo asan con una sanción. En tal situación no hay defensa posible. Si el contribuyente es educado y civilizado, no existe manera, rincón, esquina o justificación para no ser expoliado por Montoro. Pero si media un insulto, una pitada programada, o una vejación hacia el resto de los contribuyentes adornada por un contundente exabrupto contra el señor ministro, el contribuyente habría de tener la facultad de ser examinado por el Comité Antiviolencia. En tal caso, sería «requerido», «remitido» y «recabado» con el fin de que la Fiscalía tuviera a bien actuar contra su violenta reacción y ponerlo en manos de la Justicia, o como va a suceder con la pitada al Rey y al Himno, y el insulto a millones de ciudadanos españoles, aguardar a que el requerimiento, la remisión y el recabado sean archivados en un archivo que no archiva, y permitir que España sea insultada con el fin de no dañar la sensibilidad de los separatistas.
«Somos muy tolerantes», le dije a mi amigo francés Guy de la Baspierre. «Lo que sois es muy gilipollas», me apuntó mi amigo Guy de la Baspierre, que sabe distinguir perfectamente una cosa de la otra. «Vuestro gran problema es que sois los ciudadanos de una gran nación que se diluye por la corbardía de sus gobernantes». Y no creo que le falte razón, aunque le hubiera agradecido un poco más de tacto.
Chirac llegó, siendo el Presidente de la República Francesa al palco de honor del estadio del Parque de los Príncipes. Sonó en su honor «La Marsellesa». Pitaron algunos argelinos. Y Chirac, abandonó el palco de honor del estadio del Parque de los Príncipes sin dar explicaciones a nadie. Seguidamente, redactó una ley que posteriormente aprobaría Sarkozy, de acuerdo a la cual, toda vejación, falta de respeto o humillación a los símbolos e himno de la República Francesa, obligaba a suspender el evento deportivo y demorarlo a otra jornada sin público ni televisión en directo. Ante todo y sobre todo, el respeto a la nación.
Por desgracia, el Rey no tiene potestad para hacer lo mismo. Está obligado a respetar «la libertad de expresión». Carece del apoyo del Ejecutivo, está obligado a asumir las conveniencias impuestas por la sospechosa Real Federación Española de Futbol, y para colmo, después de ser abucheado, pitado, insultado y vejado, comprometido a cumplir con el protocolo y entregar su Copa a quienes representan deportivamente los abucheos, los pitos, los insultos y las vejaciones. Eso sí, con el inmenso y contundente apoyo del Comité Antiviolencia, que es como para miccionar y no echar gota.
«Somos muy tolerantes». «No, sois gilipollas». El que lo afirma es descendiente de un revolucionario que tomó La Bastilla.
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