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Conciertazos para abrir la temporada

La Razón
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La temporada musical mundial empezó por todo lo alto con tres conciertos en Londres dentro del ciclo de los populares Proms en dos días consecutivos. Nada menos que la Filarmónica de Berlín con Kirill Petrenko, su próximo titular al frente, y la Sinfónica de Boston con Andris Nelsons, su actual titular, compitieron por llevarse el gato al agua. ¿Quién se lo llevó? Petrenko abrió el sábado con «La Peri» de Dukas, que sirvió para abrir boca y recordar el sonido de la mítica agrupación. Llegó seguidamente Yuja Wang con el «Tercer» concierto de Prokofiev para demostrar que la técnica y el vigor son lo más destacable de sus virtudes, aunque no supo extraer todo su contenido más emocional y la versión rozó la superficialidad. La segunda parte la ocupó la «Cuarta» sinfonía de Franz Schmidt. Es prácticamente la única que se interpreta y en España prácticamente desconocida. Mahler, Bruckner y Strauss la impregnan. Petrenko la ha dirigido en varias ocasiones y es difícil imaginar una ejecución mas intensa y perfecta de la ofrecida en esta ocasión, muy especialmente en el segundo movimiento, el central y más intenso de la partitura. El segundo de sus dos conciertos bien podía haber sido uno de los de Karajan, con «Don Juan» y «Muerte y transfiguración» de Strauss y la «Séptima» beethoveniana. En la primera destacó el impulso desde los acordes iniciales, mientras que la segunda tuvo un ambiente más reflexivo y sutil y menos grandilocuente de lo habitual. La «Séptima» ofreció toda la personalidad de Petrenko, un director con tempos muy rápidos y enérgicos, un poco en la línea de Toscanini de forma muy clara en la realmente apoteósica danza del cuarto movimiento y, sin embargo, contemplativa y profunda en la de Furtwängler como en el canto del oboe en el primer tiempo. Lo mejor: el vivísimo cuarto. Lo peor: el «allegretto», que pasó sin pena ni gloria. La Sinfónica de Boston es un conjunto con sonido típicamente americano. La «Tercera» de Mahler requiere mucha profundidad para irnos llevando desde el canto a la naturaleza inanimada al amor divino. Lo mejor de la lectura de Nelsons fue el movimiento final, en el que la profundidad de la música y todo su contenido emocional brotó tanto como se había resistido en parte en los tiempos previos. Así en el primero se prestó demasiada atención al lucimiento sonoro, especialmente de los impresionantes metales bostonianos. Sonaron con potencia enorme, brillante, luminosa y siempre afinada, pero quizá hubiera sido mejor retener tanta sonoridad y dejar que sólo se explayase en los climax a fin de obtener una mayor contraste. Berlín tuvo la suerte de cerrar este tríptico concertista y orquesta y director comprendieron que tras la exhibición bostoniana habían de dar lo mejor de sí mismos. Lo hicieron y se llevaron el gato al agua.