Rosetta Forner

¿Conduces o te conducen?

Después de tantos años de ser conductora y observar a otras personas al volante, he llegado a la conclusión de que la manera de conducir refleja tanto nuestra personalidad como nuestro estado de ánimo. Y, dado que los ánimos se han alterado bastante en los últimos años, no es de extrañar que los políticos aprovechen esta «coyuntura» para dictar normas, leyes y multas. A las personas con madurez psicológica poco o nada hay que decirles en lo referente a cómo deben conducir en la vida y en la carretera. Alguien sensato sabe que debe cuidar de su coche por su propio bien y que no debe ir como un «loco» por su propia seguridad. Sin embargo, hay gente a la que no deberían dejar ir por la calle por respeto a la seguridad de los demás. Si a alguien hay que recordarle que los niños no deben llevarse en el asiento delantero o que en una calle estrecha debe ir a paso de pulga, no creo que por más amenazas de multas que se le hagan vaya a convertirse en alguien competente. He visto a muchas personas «ventilar» sus malos humores al volante. Es como si al meterse en una máquina se transformasen en un «superhumano» con poderes de los cuales los otros carecen. Ahora bien, las leyes no pueden protegernos de ellas, puesto que no hay un policía por cada uno de nosotros, ni debe haberlo nunca. Mejor aprender a conducirnos en la vida que no que nos impongan cómo debemos cuidar de nosotros y circular por la calle. Por eso, como ciudadana, me gustaría poder multar a los políticos por tener carreteras en mal estado, mal señalizadas o con «objetos» peligrosos para motoristas y ciclistas. No todos los accidentes se deben a fallos humanos; a veces, es el estado de la vía el culpable. Para exigir hay que dar. En un mundo de gente sensata y responsable no necesitaríamos «mensajes», multas ni normas, tan sólo ética y carreteras y aceras en buen estado.