Toros

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La Razón
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Sé que se acaba de publicar el libro de Joselito «Los toros explicados a mi hija».

Joselito ha sido una de las máximas figuras del toreo contemporáneo y su primogénita es una chica de casi quince años que roza lo antitaurino. Vaya por delante que a mí José Miguel Arroyo me fascinaba. Por guapo de romperla y por torero. Aquel Dos de Mayo de Mil Novecientos Noventa y Seis, en aquella encerrona preciosa con toros de El Torreón, Las Ramblas, Antonio Ordoñez y algún sobrero, servidora estaba en Las Ventas, presenciando aquella apoteosis, aquel parque temático del toreo, aquel festín para los sentidos. Después de eso, apareció José Tomás. Genio, portento, el que podía hacer renacer esta cosa de la Fiesta Nacional. Tras los primeros años extraordinarios y sublimes (llegué a llorar en algunas de sus corridas en Madrid, jibarizada, reducida, empequeñecida ante tanta verdad) se dio un descanso, y regresó para una cohorte de ricos y privilegiados a los que invita, a los que procura que le lleguen las entradas de un espectáculo clasista y rancio que él ha favorecido por su inversión personal. Y él fue el que me retiró.

Me inició César Rincón, un maestro honesto, valiente, con el temple más acojonantemente sincero, con el pitón siempre cerquita de las venas.

Me mantuvo Joselito, mucha clase ahí en un solo hombre. Y me sacó de la plaza José Tomás, qué cosas pasan. Seguro que prefiere en el callejón a Calamaro. También son cosas que pasan, da igual. Joselito ha convencido con el tiempo a su hija para que ya no sea antitaurina. Para que sufra y comprenda que eso le incumbe, y que cuando te roza, te inocula un miedo placentero y feroz. Pero de todo se despierta. Incluso del coma se puede volver. Y yo he vuelto. El signo de los tiempos. Tan simple como eso. Al fondo hay sitio.