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La Razón
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Zidane aún no ha cumplido un año en el banquillo del Madrid y su progresión es meteórica. Ha conseguido tres títulos en 11 meses y parece que lo mejor está por venir. No alardea, no acorrala a periodistas en el vestuario rodeado de secuaces y ventajistas; la sala de prensa ya no es un campo de minas, sino un lugar de diálogo y debate civilizado. No necesita calar la bayoneta para defenderse. Zidane pisa fuerte, sin hacer ruido, crece, y el equipo con él. Sortea los escollos con maestría, a James le ha dicho en privado lo que le tenía que decir, le ha bajado los humos, aplicándole una cura de humildad a base de banquillo, y cuando le ha alineado ha destacado su contribución al equipo. Y aunque el jugador abona el síndrome de la escapada, no ha presentado ni una sola oferta convincente. La ansiedad es su enemiga, dentro y fuera del campo; evidencia que le condena.

En periodo de recuperación se encuentra Simeone. Han venido mal dadas, él soporta los golpes mejor que el equipo; pero la presión distorsiona la realidad. El Atlético necesita encadenar dos buenos resultados, a Griezmann enrachado y al entrenador en la obra. Al Cholo no habría que preguntarle por su futuro cada vez que tiene a los periodistas enfrente. Pero fomenta el suspense. Un día recorta el contrato, otro habla de la ilusión por cumplirlo y en el enésimo plantea volver a renovar... Un lío que no merece ni la afición rojiblanca ni su trayectoria, ya leyenda. Este Atlético es su criatura, hecho a su imagen y semejanza, e inmerso en un mar de dudas.

Perseguir certezas en el fútbol es una utopía porque no es una estación; el invierno empezó el 21 de diciembre y terminará el 20 de marzo. Lo demás, coplas.