Ángela Vallvey

Creencias

La Razón
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Creemos por encima de todo. Más que ideas, tenemos creencias. Hasta en el «descreído» Occidente, que se aleja con determinación de la espiritualidad (cristiana) y ha logrado separar la religión de la política (o precisamente por haberlo conseguido), a las personas nos encanta creer. Las creencias transmiten seguridad, en ellas encontramos respuestas que satisfacen las más íntimas ansias del alma. No tenemos opiniones, sino firmes convencimientos. La mayoría nos las arreglamos con un puñado bien sólido de creencias que nos ayudan a afrontar las dificultades, también las alegrías, de la existencia. Para creer no es preciso haber comprobado nada. La mayoría no somos como Santo Tomás, que necesitó ver la señal de los clavos en las manos de su profeta Jesús, meter sus propios dedos en las heridas, en su costado y, mientras no vio, fue incapaz de creer. Por lo general, no precisamos tanto.

Creemos con fuerza y con pasión en el líder político que satisface nuestras carestías ideológicas, aunque sea evidente que su mensaje o intención no son los más convenientes para el interés general. Las palabras de los dirigentes que votamos nos parecerán una comunidad de bienes donde encontrar satisfacción y provisiones espirituales, una descabellada esperanza, a pesar de que resulten ser mentira, tan sólo un timo nutricio más para las urnas...

No buscamos ideas nuevas, no queremos sorpresas, ni aprender nada inédito: tan sólo que nos confirmen lo que ya pensamos. Deseamos asentir con fuerza mientras oímos los discursos de quienes hemos elegido como guías por afinidad con nuestros más recónditos pensamientos.

Los psicólogos suelen insistir en que no resulta nada fácil trocar las creencias de un adulto. A partir de cierta edad, se cierra alguna compuerta secreta de la mente humana y son pocas las ideas que logran traspasarla, acomodarse allí y arraigar.

Aunque es cierto que cada ciclo histórico conlleva una transformación en la mentalidad colectiva, un giro que antes era lentísimo y sutil y que ahora ha empezado a ser cada vez más precipitado, rápido, imprevisible. Estos cambios de mentalidad permitían antaño pasar de la Edad Media al Renacimiento, y hogaño lograrán que viremos hacia donde quiera que sea que ya vamos (de cabeza)... El voto de los españoles ha cambiado, pero ¿lo habrán hecho también las creencias de los votantes? Pues las creencias colectivas son como un trasatlántico al que le cuesta desviarse pero que, cuando se encauza de nuevo, no resulta fácil de frenar.