Pedro Alberto Cruz Sánchez

Cultura jacobina

La crisis ha traido una recentralización de la cultura, una suerte de estructura jacobina consecuencia del colapso presupuestario de comunidades autónomas y ayuntamientos. Las grandes y tradicionales instituciones culturales han acaparado durante estos últimos años un protagonismo insólito en todo el período democrático. Y eso, evidentemente, ha redundado en que, a día de hoy, el panorama cultural español haya perdido frescura y, por consiguiente, ganado demasiado «rigor institucional». En España ya no hay transgresión, sino revisionismo. Poco a poco, los proyectos canallas, espontáneos, inclasificables, han ido desapareciendo a favor de fórmulas estándar que persiguen el triunfo por su tamaño, pero no por su innovación. Los proyectos pequeños y más ágiles cayeron con los primeros síntomas del «gran catarro», y ahora sólo quedan macroestrategias historicistas dirigidas al gran público. Además, sucede que, con el paso del tiempo, las mentalidades abiertas se van ocluyendo poco a poco hasta consolidarse un duro sustrato de intolerancia que impide cualquier reflexión desprejuiciada. Desde la década de los 80 hasta el presente, España se ha tornado más y más mojigata. La llamada «progresía» se ha retroalimentado sin cesar por una moralina insufrible que ha transformado la utopía revolucionaria en uno de los más claros síntomas de regresión democrática. Por regla general, el sector cultural está más preocupado por delimitar y marcar territorio que por difuminar absurdas fronteras intelectuales. Las preconcepciones han ganado la batalla. En la España de hoy, o tienes prejuicios o estás condenado a la marginalidad. Tanto es así que la moderación se ha revelado como la mayor forma de extremismo posible. Después de más de tres décadas hablando de la crisis de la identidad y del pensamiento fuerte, en los estertores de este 2014 el mestizaje ideológico y los argumentos transversales se consideran como opciones peligrosas y a derribar. Y la cultura, lejos de disentir de este enrocamiento, a pesar de todo el potencial subversivo que contiene, se ha arrogado orgullosa el estandarte del empobrecimiento intelectual más chabacano. El desierto ya está aquí. Y quizá a resultas de los espejismos causados por la indigencia, todavía no hemos sido capaces de ver algo más que frondosos paisajes.