Julián Redondo

De amarillo y olé

Recuerda el Milan a esas viejas estrellas de Hollywood que, arrugadas como pasas y maquilladas como geishas, son capaces de sobrevivir con el orgullo. O con la leyenda, como «La Marchesa» Luisa Casati, una dama tan excéntrica como extraordinaria. Un personaje único, como excepcional es este heptacampeón de Europa, que huele a muerto en la décima posición del Calcio, descolgado a 31 puntos de la Juve y, sin embargo, con el redivivo Kaká cuando pisa territorio continental resucita, resurge de sus añejas cenizas. Parece otro, impulsado por la categoría genética de Maldini, Baresi, Tassotti, Donadoni, Ancelotti (consejero áulico de Seedorf en este crucial partido), Van Basten, Gullit o Rijkaard. ¡Qué equipo! Ni el temible Balotelli lo representa; pero queda el ADN.

Contra todo eso se enfrentaba el Atlético, contra la historia. Y no desentonó porque San Siro impone; no sucumbió porque, dicho está, este Milan sobrevive a años luz de la leyenda; pero tampoco mostró su mejor imagen, la de la primera vuelta de la Liga de Campeones. Aquel era un Atlético fresco, que desbordaba, que arrasaba, que derrotaba como un campeón al Oporto, hace no tanto su verdugo. Mas no era la ausencia de velocidad supersónica lo que le lastraba; su pecado original era la tienda de regalos que abrió ante el Valladolid, detalle que ni siquiera maquilló –como esas viejas estrellas de Hollywood– el resultado. El Atlético que ganó en Liga al Madrid en el Bernabéu no perdía tantos balones, fallos que penalizan su esfuerzo, su entrega absoluta y su fe en un destino que, aun vistiendo de amarillo –Luis, cierra los ojos– y olé, Simeone ha previsto deslumbrante con un marcado acento italiano, suficiente para ganar. Y en el faro, Diego Costa (0-1).