Enrique López

De pitadas y democracia

Los famosos pitidos al himno nacional siempre hacen correr ríos de tinta, en los que se proponen un sinfín de soluciones para su erradicación; es cierto que el himno nacional como concepto no tiene referencia constitucional, al revés que la bandera, pero tampoco podemos soslayar su importancia para una inmensa mayoría de ciudadanos. Pero me gustaría elevar el tema a algo más general, donde poder contextualizar este desgraciado hecho. Nuestro Tribunal Constitucional, desde sus primeras composiciones, estableció un principio general de nuestra democracia, y es que no es una democracia militante que obliga a adhesiones a la propia Constitución, determinando lo que se denomina «indiferentismo ideológico», lo cual significa que se admite cualquier tipo de ideología, con el límite del orden público, al contrario de lo que ocurre en otros casos como el alemán, en el que quedan proscritas las ideologías contrarias a los principios recogidos en la Constitución; o el caso de Francia, que prohíbe la reforma del sistema republicano. En nuestro país, y ello según esta doctrina del alto Tribunal, se admite incluso la defensa de ideologías contrarias al ordenamiento constitucional, siempre que respeten las formalidades establecidas y que no recaigan en supuestos punibles de acuerdo con la protección penal o en la ley de Partidos Políticos. Así, en algunas sentencias, no excesivamente afortunadas, se permitió el juramento o promesa a la Constitución y al resto del ordenamiento como un acto formal sin necesidad de provocar alguna suerte de adhesión ideológica, admitiendo fórmulas como el famoso «por imperativo legal». De aquellos lodos vienen estos barros, y la pregunta es si no hubiera cabido una postura intermedia en la que se impusiera respeto y a la vez obligado acatamiento a la Constitución sin reservas mentales. Se ha abusado y se abusa de este indiferentismo ideológico.