José Antonio Álvarez Gundín

De Quebec a Madrid

Pauline Marois, hasta ayer primera ministra de Quebec, se ha ido a su casa «con la cola entre las piernas», que diría Artur Mas para describir el fracaso político. La nacionalista Marois adelantó las elecciones convencida de lograr una mayoría aplastante que avalara sus planes separatistas. Como Artur Mas. Sin embargo, ha cosechado el peor resultado en 40 años. Igual que Artur Mas. La campaña del Partido Quebequés recordó mucho a la de CiU en 2012 y mientras los demás partidos centraron sus mensajes en la situación económica, la financiación de la Sanidad y la calidad de la Enseñanza, los nacionalistas plantearon unas elecciones plebiscitarias que legitimaran un referéndum de secesión. ¿Les suena la cantinela? El asombroso paralelismo entre Marois y Mas termina aquí, porque la señora ha tenido la decencia democrática de dimitir de todos sus cargos en vez de aferrarse al sillón. Parece que la fascinación del nacionalismo catalán por Quebec no llega a tanto como para compartir todos los principios morales. Por capricho del azar, la derrota del Partido Quebequés ha coincidido con el debate de ayer en el Congreso, al que Artur Mas no quiso acudir para no volver con «la cola entre las piernas», es decir, para no asumir la decisión mayoritaria del Parlamento de la nación. Tal vez por eso, porque sus dirigentes políticos carecen de la calidad democrática necesaria, el nacionalismo catalán jamás logrará que Cataluña se parezca ni de lejos a Quebec. Ayer, el mensaje del primer ministro electo fue concluyente: «Se ha acabado la división, empieza la reconciliación. A partir de ahora, trabajaremos juntos por la prosperidad de Quebec». ¿Cuánto tendrán que esperar y penar los catalanes hasta oír esas mismas palabras? Esperemos que no demasiado, antes de que los estragos sean irreparables.