José María Marco

De Teherán a La Habana

La Razón
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Ayer lunes 20 de julio se volvieron a abrir las embajadas de Cuba en Washington y de Estados Unidos en La Habana, un doble gesto que consolida el giro de la política norteamericana bajo los mandatos del presidente Obama. La semana pasada, el 14 de julio, negociadores de seis potencias, en particular Estados Unidos, habían llegado al acuerdo con Irán que permitirá el levantamiento de las sanciones sobre este país a cambio del compromiso de Teherán de no fabricar armamento nuclear en los próximos años.

En ninguno de los dos casos Estados Unidos ha forzado el menor progreso hacia la liberalización de Cuba o Irán. Cuba seguirá siendo una dictadura gobernada por la familia Castro y el aparato militar. Tal vez alguien en la Administración Obama espera una especie de China en el Caribe. Se abren grandes posibilidades de negocios, sin duda, con la (desoladora) puesta en escena caribeña, e incluso alguna (triste) manifestación del orgullo gay. Que algo de lo que viene ahora alcance al conjunto de la población habrá que verlo. Cuba será más que nunca, para el resto de América Latina, la prueba del éxito de la resistencia contra el vecino del norte, una resistencia absurda, ejercida a costa del pueblo cubano por una oligarquía de corte totalitario.

En cuanto a Irán, nada le va a impedir conseguir la bomba nuclear de aquí a unos años. Los ayatolás seguirán con su brutal política represiva. La supresión de las sanciones les proporciona medios para comprar la tecnología que les permitirá nuevos ataques y defenderse de otros. También podrán apoyar con más intensidad a las milicias y grupos terroristas de la zona, desde Yemen hasta Líbano, pasando por Gaza. Como en el caso de Cuba, Irán sirve de ejemplo regional. A partir de ahora, la carrera nuclear está abierta.

El argumento de que no había más alternativa que los acuerdos es poco creíble. Siempre hay alternativas, en particular, mantener una presión que estaba dando resultados (sobre Irán) y no abandonar la causa de la democracia y del conjunto de la población (en Cuba, a unos cuantos kilómetros de la costa norteamericana). Ahora bien, incluso suponiendo que fuera así, que no había más remedio que hacer lo que se ha hecho, habrá de reconocerse que Obama se ha fiado de gente en la que nadie –y menos que nadie sus compatriotas– confía. No hay ningún motivo para la celebración.