Marta Robles

Del milagro a la tiranía

Los países más desarrollados no necesariamente son los más civilizados. Los británicos, por ejemplo, pese a su reconocida defensa de derechos a lo largo de su historia, han llegado al siglo XXI sin ser capaces de inspirar en su pueblo la aceptación de la igualdad. Si no, no se entiende que no se penalicen abortos efectuados por una pura cuestión de género. «¿Es chica? Pues no lo quiero». Siempre he pensado que las mujeres eran las víctimas de los abortos, las que, independientemente de ejercer su derecho, sufrían más cuando tenían que arrancarse una vida de su ser, fuera por la circunstancia que fuese. Constatar que hay mujeres (y hombres a su lado) que juegan con las reglas de la naturaleza por puro capricho produce un terrible vértigo. Supongo que quien aborta porque el sexo del feto no es el deseado podría hacerlo también en el caso de saber que no va a ser rubio como el padre o que no tendrá los ojos verdes como la madre. Yo siempre he defendido la selección de embriones para evitar que el bebé nazca con malformaciones graves, o lo que es lo mismo, para ahorrarle el sufrimiento. Pero de ahí a pretender fabricar los bebés por ordenador y, si no salen como se programan, tirarlos a la basura, hay un largo trecho. Concretamente el de la ética. El que convierte el milagro de la ciencia en pura tiranía. Debemos ser cuidadosos para no traspasar las barreras, y más cuando hay vidas en juego. Las de los bebés concebidos o incluso la de los adoptados, a veces también rechazados por su sexo, por su raza o por el color de la piel.