Julián Redondo

Demasiado lejos de casa

Entiendo las razones de David Cal para, a poco más de un año de los Juegos de Río, dar por terminada su carrera deportiva. Remar como un poseso hasta que el ácido láctico se le sale por la boca, desafiar con cada palada al cronómetro y reventarlo antes de reventar él mismo está en su físico. Es muy capaz. Hace bien poco ha superado unos tests de fuerza; pero no es ahí donde radica el mayúsculo problema, que tiene su origen en el día en que tomó la decisión de irse a entrenar a tomar por saco, a Brasil, con su entrenador Suso Morlán y nadie más. El aburrimiento, la monotonía, la «saudade», esa melancolía de la tierra gallega que le caló en el cerebro cuando ya tenía impermeabilizados los músculos, los tendones y los huesos, le han doblegado. Fue una decisión errónea, una metedura de pata como la filtración de su retirada antes de que él la hiciera oficial, que iba a ser un día de éstos. Y no hay marcha atrás. Su cabeza ha dicho basta y, aunque la determinación fuera reversible, estaría tan lejos de aumentar su cosecha de medallas olímpicas (cinco en tres Juegos) como de clasificarse para disputarlas. No entiendo a los cerriles que irán a pitar al Rey en el Camp Nou.