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Alfonso Ussía
Los que nos dedicamos a este afligido menester literario, nos vamos en ocasiones por las ramas. Y cuando estamos en las ramas, leemos el texto y los argumentos de un escritor efímero que nos da una lección de contundencia y sabiduría, como la «Carta Abierta» que un capitán de Infantería ha enviado a quien fue durante tres años su jefe de Estado Mayor de la Defensa, hoy militante y candidato de «Podemos», José Julio Rodríguez. El capitán de Infantería don José María Martín Corrochano le recuerda al ex general saltarín el significado del honor, o al menos, de su honor, que el honor como la verdad es susceptible de ser interpretado por cada persona y a su manera.
«Mi General. O mejor dicho, Julio: Todos los militares recibimos o impartimos charlas de valores militares. Hoy quiero, aunque sea en papel, impartirte una más. Quizá la última para ti como militar. Honor. Qué bonita palabra y qué difícil de definir. Yo voy a intentarlo. Honor es defender y respetar nuestra Bandera, esa que juramos –aunque tú me imagino, prometiste–, defender hasta derramar la última gota de nuestra sangre, y que tu compañero teniente de Alcalde de Barcelona ultrajó en el balcón del Ayuntamiento.
Honor es respetar al Jefe Supremo de nuestras Fuerzas Armadas, S.M. El Rey, cuyo busto metieron en una caja tus compañeros del Ayuntamiento de Barcelona; o cuyo retrato quitaron del lugar preferente que por ley le corresponde; o como tus más cercanos compañeros de Zaragoza humillaron, tratando de quitar su honroso nombre a un polideportivo.
Honor es respetar la memoria de nuestros muchos camaradas asesinados por la ETA, y con cuyos palmeros gobiernan tus compañeros de Navarra.
Honor es la divisa de nuestra querida Guardia Civil, a cuyos miembros, tu compañero alcalde de Cádiz, permitió con una sonrisa en sus labios llamar “hijos de puta” en un acto público.
Honor es la lágrima callada de las familias de nuestros fallecidos en misiones internacionales, en las que tú, a pesar de llegar a General, no tuviste la suerte de participar, ya que alguien debía quedarse a guardar los despachos.
Honor es jugarse la vida contra los piratas en aguas somalíes, aunque el que tenía potestad para ordenar actuar contra ellos, prefiriera el silencio, o quizás, el diálogo.
Honor es morir en aguas del Atlántico, vistiendo el honroso uniforme de nuestro querido Ejército del Aire, del que tú has decidido desprenderte para vestir la más cómoda camisa vaquera. En fin, el honor, es eso que cuando se pierde, ya no se recupera.
Quizá te parezca pretencioso que un pobre capitán te quiera dar hoy esta lección de moral, pero quiero que sepas que hacerlo, ha sido todo un honor para mí.
No quiero acabar sin recordarte el lema que aprendí hace más de treinta años en mi querida Academia de Talarn, y que un político (se refiere a Bono, como es de suponer), como tú eres ahora, ordenó quitar de nuestro Monte Constampla: “A España, servir hasta morir”. Atentamente. José María Martín Corrochano. Capitán de Infantería».
El desbarajuste anímico que ha invadido el sosiego del ex general José Julio Rodríguez proviene – y esto ya es mío–, de su conocida incapacidad para el liderazgo. Un militar de verdad, desde el General al soldado, que ha cumplido con su deber y entregado a España desde la vocación, el servicio y el desinterés económico los mejores años de su vida, puede pasar al retiro o la reserva, pero jamás deja de ser un militar. No existe la figura del ex militar, con las excepciones de quienes no han sido dignos de vestir el uniforme durante su trayectoria en la milicia.
Un general, por muy impulsado que haya sido por su ideología de izquierdas en los últimos y desgraciados años de Gobierno del PSOE, que cuelga su uniforme para formar parte de un desbarajuste político antisistema, no es otra cosa que una lamentable víctima de sí mismo, de su vanidad o de su deseo insatisfecho de sentirse, al fin, admirado. Una víctima, repito, de su frustración, y de su lejanía respecto a sus compañeros en las Fuerzas Armadas.
Un general no puede dejarse convencer para saltar al fango de la inmundicia estalinista por sentirse halagado –quizá por primera vez en su vida–, con las palabras envolventes de un sujeto pedante y vanidoso que ha definido al Himno Nacional como una insufrible y horrorosa pachanga. Que ha reconocido haber disfrutado con las palizas que recibían los miembros de la Policía Nacional en enfrentamientos y manifestaciones violentas de los antisistema. Un indocumentado con tono profesoral que ya duerme hasta a las ovejas, que mantiene que la bandera de España es la franquista, olvidando que ante ella se inclinaron Carlos III, Carlos IV, Fernando VII, José Bonaparte, Amadeo de Saboya, los Presidentes de la Primera República Española, Isabel II, Alfonso XII, Alfonso XIII, Don Juan De Borbón, Juan Carlos I y Felipe VI. Mucho ha tenido que vivir el general Franco para cubrir tanto hueco histórico, en el que también hay que meter a los estéticos y leales Reyes Carlistas.
Un general no puede herir su honor de esta manera, de ahí que me consuele sabiendo que ya no es general. Le ha dado una buena lección un capitán de Infantería.
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