Sevilla

Devorado por Sevilla

La Razón
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La nómina de los que han escrito o hablado sobre el pregón de Alberto García Reyes es grandísima. Además es grandiosa, por lo que han dicho y por la alta categoría de muchos de ellos. Así que ya lo que procede es, como diría Curro Romero, «sanseacabó». Por cierto, qué unida la Semana Santa y Curro, dos veces aleteó su nombre y su arte en el Maestranza. ¿Será porque el faraón renacía en la Maestranza cada Domingo de Resurrección? Pero yo quiero escribir de la emoción sin límites que viví. Cuántas cosas se justificaron en mi alma, cómo volví al barrio de mi infancia y mi primera adolescencia, un barrio que está en los carteles de cualquier pregón, el Museo, teniendo por parroquia San Vicente. Allí están las Siete Palabras que con tanta maestría manejó el pregonero. En esa hermandad salen sus hijos. En mis años de niño sólo había un paso con las Siete Palabras del Señor y a sus pies la Virgen de los Remedios, sin poder remediar la agonía de su hijo. También he presenciado a lo largo de mi vida cofradiera ese atisbo de saludo del Gran Poder, que en estos casos besa con los ojos al Cristo de la Expiración, cuando, ya amaneciendo, enfila la plaza del Museo para volver a su casa. También he ido delante y detrás y por los balcones en La Campana, por Feria, por Parra , de la que es como ninguna, Esperanza Macarena, por eso el pregón fue tan hermoso. Aunque hubieses tenido, querido Alberto, de negros a los mejores escritores del mundo, no hubiese llegado a las alturas que llegaste. Le hubiese faltado verdad , sentimientos, la vida que ha ido discurriendo, teniendo como hilo conductor el amanecer de los Domingos de Ramos. Por eso fuiste entregándote a corazón abierto, palpabas los desgarros de tu alma, y el esfuerzo supremo de tu cuerpo. Decías que las madres nunca envejecen. Cierto, como Sevilla, tu madre, tu novia, tu amante, la que te tiene cautivo. Todos los que tenemos estos mismos sentimientos para nuestra ciudad llegamos a creer que la estamos devorando, hasta que comprendemos que la que nos ha devorado totalmente y para siempre es Sevilla. Gracias, Alberto, por tu fastuoso pregón, que me ha hecho comprender y despertar lo mejor de mi vida.