César Vidal
Diez años no es nada
Dice el tango que veinte años es nada, pero, en ocasiones, ese plazo temporal se acorta. Hace una década, día arriba, día abajo, escribía yo en este mismo espacio un artículo afeando a Alberto Ruiz Gallardón el que se querellara contra Federico Jiménez Losantos y anunciando que, aparte del daño que pudiera causar con ese comportamiento, su carrera política iría declinando irreparablemente. Gallardón me respondió con una carta, cortés y educada, en la que me señalaba que disentía de mi punto de vista y que estaba convencido de que me equivocaba aunque, por supuesto, respetaba mi opinión. Inicialmente, pudo parecer que Gallardón había acertado. Instancia tras instancia judicial le fueron dando la razón en su contencioso con Jiménez Losantos e incluso en un momento determinado fue nombrado ministro de justicia. Cuando se observa todo desde la atalaya de estos diez años, no cabe la menor duda de que, a día de hoy, ha sucedido lo que señalé en aquel entonces. Gallardón ha pasado a la Historia política tras un trayecto no especialmente airoso como ministro de Justicia de Rajoy y el Tribunal de Derechos humanos de Estrasburgo ha terminado dando la razón hace unos días al periodista turolense. Haber acertado en el pronóstico no me provoca la menor alegría. Es triste que para llegar a esa conclusión más que justa haya transcurrido una década y más lamentable que la Justicia haya tenido que buscarse en un tribunal allende nuestras fronteras. Aún más penoso es que ante los distintos tribunales europeos, España quede como Rufete en Lorca o bien porque asestan el enésimo sopapo a Montoro o bien porque tumban resoluciones judiciales como las que condenaron a Federico. Con todo, al final, lo más inexorablemente devastador es el paso del tiempo. A Gallardón –te lo advertí Alberto– la querella no le ha servido de nada. No está siquiera en política y sólo lo paranormal permitiría su retorno en un gobierno de gran coalición. Federico fue expulsado de la cadena de radio en la que trabajaba entonces y nunca ha llegado a la misma altura sino más bien todo lo contrario. En cuanto a mí, sabido es que opté hace tres años por un exilio que –lo digo de todo corazón– no va a tener fin. En otras palabras, al cabo de diez años, que son nada, tampoco nada es como hubieran deseado los protagonistas y de poco o nada ha servido saber lo que iba a suceder. Quien tenga oídos para oír que oiga.
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