Lucas Haurie

Don Constantino

El cierre de Canal Sur 2 certificó las prioridades del bipartito: sacrificio de una televisión de calidad y bajísimo coste en el altar del aparato propagandístico de su primera cadena, tan vulgar como cara. Pocos recordarán, apenas quienes tuvimos el gusto de trabajar con él, que Constantino Romero trabajó en la extinta emisora. Exigente como su condición de estrella le daba derecho a ser, los guionistas alevines temíamos sus arrebatos de furia por errar en un año la concesión del Nobel a Gabriela Mistral (verídico) porque llevaba una enciclopedia debajo del cráneo rasurado. «Hay una mosca en plató», tronó una tarde en pleno rodaje y hasta el productor ejecutivo bajó de su despacho para colaborar en la caza del insecto. Arrebatos impostados de prima donna, en realidad, del tipo entrañable que era capaz de trabajar una hora extra tras una grabación maratoniana para personalizarle el doblaje de Mufasa al hijo enfermo de un técnico. Su memoria era proverbial, tanto como el celo con el que guardaba su intimidad de maledicencias («casi todas ciertas», decía entre carcajadas), y era capaz de recordar a concursantes de «El tiempo es oro» veinticinco años después de la emisión del programa. Si Clint Eastwood y Arnold Schwarzenegger son admirados por el público español es gracias a la voz de este albaceteño al que la videoteca deja como testigo de que en la Andalucía socialista alguien trató de dignificar el desprestigiado oficio de hacer televisión. Rebajaba su caché a la mitad con tal de alojarse en el hotel Colón. Qué grande. Sayonara, maestro.