José Antonio Álvarez Gundín

¿Dónde está el CAC?

Transportados por la emoción de la cita con la historia, los directivos de TV3 tiraron la casa por la ventana para cubrir la Diada por tierra, mar y aire. La retransmisión fue técnicamente aceptable, pero el guión se les fue de las manos, con momento de honda congoja, como cuando la presidenta de la Asamblea Nacional Catalana, Carme Forcadell, inflamada de banderas, rompió a llorar a moco tendido. Por un momento se temió que llamara a invadir Polonia, pero la sangre no llegó al Ebro. Otro episodio cumbre de TV3 fue la emisión en su espacio infantil de una encuesta entre niños de 9 a 14 años sobre la independencia. «Al final, España tendrá que rendirse», resumió uno de ellos. De un crío no se puede esperar un juicio ponderado e informado; ni siquiera cabe achacarle esa estética de Frente de Juventudes o de Pioneros castristas, tanto da porque es consustancial a todo nacionalismo totalista. Los culpables de esta funesta utilización de la infancia para sembrar fanatismos son sus propios padres. En el caso de TV3, existe una responsabilidad añadida del CAC, el Consejo Audiovisual Catalán, cuya función es la defensa «del pluralismo, de la neutralidad y la honestidad informativas». Pero por alguna causa misteriosa, ha desaparecido sin dar señales de vida. Desde su creación hace 13 años, el CAC se ha especializado en emitir sentencias condenatorias contra la Prensa de Madrid, en negar licencias a las radios díscolas y en denigrar a profesionales críticos, cuando lo suyo es garantizar el juego limpio en Cataluña. Nadie espere, por tanto, que despierte de su embriaguez del 11-S y que denuncie la manipulación infantil. Da miedo pensar que, de celebrarse el referéndum, sería el CAC el encargado de velar por la imparcialidad y la «honestidad informativa». Hasta Hugo Chávez actuaba con más escrúpulos.