Pilar Ferrer

Educación y cinismo

Diálogo, puede. Pero sin traspasar la línea roja de los Tribunales. La vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, ha sido muy clara en el airado debate sobre la reforma educativa. Una polémica que los nacionalistas catalanes quieren tensar al máximo, en especial Artur Mas, para desviar la atención de su resultado electoral y contentar al factible socio republicano, Oriol Junqueras. Cuando la aritmética y la gestión fallan, es muy fácil envolverse en la bandera y en la lengua. Desde Moncloa no se caerá en la trampa. Es posible hablar del anteproyecto, pero con respaldo al ministro José Ignacio Wert.

Al hilo de la inmersión lingüística en Cataluña, subyacen aspectos que tienen mucho de cinismo y poco de educación. El castellano es el idioma troncal de España, y ello no desmerece en absoluto la defensa del catalán. Pero la libertad de enseñanza y el derecho paterno a la educación de sus hijos es indiscutible. Si el señor Wert se autodefine como un «toro bravo», no cabe duda que la consejera Irene Rigau se comporta como una «pantera desbocada». Con el debido respeto que ella, desde luego, no tiene al negarse a comparecer ante el escudo de España. Vale ya de radicales desatinos que alejan el auténtico problema.

Porque aquí, lo único cierto, es la urgente necesidad de mejorar la enseñanza. La mayoría de los niños salen mal preparados de las escuelas, llegan a la Universidad con precaria formación y, quienes pueden, terminan de hacerlo en el extranjero. Utilizar las leyes educativas para intereses partidistas no es de recibo. Estudiar en castellano, catalán, inglés, chino o ruso es magnífico. Siempre que la libertad esté por encima de la imposición excluyente y autoritaria.