PSOE
El 60%
El Sr. Jeremy Corbyn fue reelegido, en septiembre de 2016, como líder del Partido Laborista. Tuvo el respaldo mayoritario de las bases y la oposición de la mayoría de los parlamentarios y de las estructuras del partido, que arroparon al candidato alternativo y de corte socialdemócrata más tradicional, el Sr. Owen Smith.
Con más del 60% de votos el Sr. Corbyn logró un mayor apoyo que el que había obtenido un año antes, cuando fue elegido líder laborista por primera vez.
El pasado 4 de mayo su partido tuvo un descalabro histórico en las elecciones locales. Lo primero que hizo el equipo del Sr. Corbyn es apuntar entre los motivos de la derrota a problemas de los candidatos locales y no a la línea general del partido.
Dentro de unos días se celebrarán las elecciones generales en Reino Unido y los sondeos anticipan una victoria conservadora con pocos precedentes, de más de 20 puntos de distancia sobre el laborismo. En estas circunstancias, el análisis de la hecatombe del histórico partido debería ser analizado en otras coordenadas.
El Sr. Benoît Hamon consiguió la victoria sobre el Sr. Manuel Valls en las primarias del Partido Socialista Francés. Fue apodado, en este proceso, como «el socialista rebelde», arremetió contra algunas medidas adoptadas por el gobierno del presidente François Hollande y adoptó el discurso más izquierdista en el proceso interno socialista. Otro 60% de los militantes le erigieron en líder.
El pasado mes de abril el candidato socialista francés quedó eliminado en la primera vuelta de las presidenciales con un 6,2% de los votos. La hemorragia de votos del PS tuvo como destino por un lado al presidente Emmanuel Macron y, de otro, al Sr. Jean-Luc Mélenchon, de corte populista e izquierdista.
Existe una desconexión entre los apoyos de los militantes de los partidos socialdemócratas y el voto de los ciudadanos en las urnas. ¿Qué puede explicar esto, si partimos de la base de que los militantes son ciudadanos normales y, por tanto, deberían tener preferencias similares?
Existen varias explicaciones, quizá una hipótesis interesante es la que formula el sociólogo Fernando Vallespín. Apunta en su argumentación a que la sociedad vive un momento en el que el populismo «lo empapa todo» y que las victorias de las posiciones radicales en el seno de los partidos socialdemócratas están relacionadas con impulsos más emocionales, pasionales que dan la espalda a «la racionalidad de la toma de decisiones».
Sin duda, los relatos políticos que llevaron a la victoria interna al Sr. Corbyn, al Sr. Hamon y al Sr. Pedro Sánchez son similares, como lo son también los porcentajes de apoyo recibidos. Los tres consiguieron un voto contra la moderación, contra las estructuras clásicas de partido y se agarraron, en una clara dinámica populista, a la tabla de flotación de significantes vacíos como auténtica izquierda o los de abajo contra los de arriba.
Los militantes solían exigir éxitos electorales a sus líderes, una buena expectativa era parte de la racionalidad que guiaba su elección. Sin embargo, el populismo ha acabado con esa lógica. Los laboristas ingleses y los socialistas franceses intuían que las posiciones de los Sres. Corbyn y Hamon, respectivamente, no iban a ser acreedoras de la victoria electoral. Los socialistas españoles ya conocían los resultados electorales de su nuevo secretario general.
Otra característica del populismo es cómo instrumentan sus líderes las reglas de juego para no ser relevados de sus responsabilidades bajo ningún pretexto, ni someterse a ningún mecanismo de control. Un ejemplo son los cambios en las normas que rigen el PSOE que se van a producir en el próximo congreso.
La consecuencia es evidente, los resultados que se obtienen en momentos donde la influencia de factores de corte más populista y menos racional es importante, pueden prolongarse en el tiempo más de lo que desean incluso los que los votaron.
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