César Vidal

El agente ruso

La Razón
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He señalado ya que la actual campaña presidencial en Estados Unidos se está caracterizando por una enorme suciedad. Hace apenas unas horas, me lo comentaba en Washington un auténtico veterano insistiéndome en que, en más de cincuenta años, no había visto una situación semejante. En apariencia, en ella se enfrentan alguien al que, muy inexactamente, se denomina populista, con una persona de dilatada trayectoria política. El primero no debería ni siquiera haber alcanzado la nominación y, sin embargo, disfruta de un respaldo popular que lleva a pensar que el pugilato durará hasta el último día. En el juego de golpes y contragolpes, Michael J. Morell, un experimentado e importantísimo antiguo cargo de la CIA, ha afirmado que Donald Trump es un agente ruso. No existe parangón a semejante tacha en España. Incluso los que tienen un historial franquista, han podido hacer carrera política en la izquierda o los nacionalismos o dirigir medios sin el menor problema. No sucede lo mismo en Estados Unidos. El que ha espiado para el extranjero queda estigmatizado de por vida. Yendo, pues, al fondo de la cuestión: ¿es Trump un agente de Putin? Cuesta muchísimo creerlo. Especialmente, cuando no ha aparecido ni una acusación al respecto –no digamos una sola prueba– con anterioridad. El único punto, bien escaso, de verosimilitud en esta peculiar campaña está en el hecho de que el papel de halcón no lo representan ambos candidatos o, de manera especial, el republicano, sino todo lo contrario. Trump es opuesto a la globalización y considera que América debe colocarse por encima de los intereses de ciertas élites. Igualmente, cuestiona la utilidad de perpetuar una organización como la NATO concebida para mantener un equilibrio en Europa contra la URSS, pero que no está dando precisamente muestras de eficacia en su lucha contra el terrorismo. Finalmente –y esto escuece profundamente a determinados lobbies como el armamentístico– no ve razón para que los contribuyentes americanos paguen una factura militar que, en todo caso, debería descargarse más proporcionalmente sobre los hombros de los aliados. Es obvio que de una visión semejante difícilmente habrían derivado el apoyo al golpe que dieron los nacionalistas ucranianos en 2014 y mucho menos las sanciones impuestas a Rusia, pero de ahí a concluir que Trump es un espía ruso media un verdadero abismo. Tal y como van las cosas, prepárense a escuchar estos días que Hillary Clinton lleva recibiendo dinero islámico y financiando yihadistas desde hace décadas.