M. Hernández Sánchez-Barba
El agua, fuerza política social
El ministro español de Asuntos Exteriores ha clausurado en Madrid un Seminario, cuyo contenido es de trascendental importancia, sobre «El agua como factor clave para la paz, la estabilidad, el desarrollo y los derechos humanos». Se ha desenvuelto en dos mesas redondas: «El agua como factor de paz y estabilidad» y «El agua como derecho humano y factor de desarrollo», enunciados que entiendo constituyen una estructura funcional que caracteriza el líquido elemento como fundamento esencial de la cultura universal. Me resulta de enorme interés porque es uno de los temas que considero de radical envergadura y preferente atención, que me ocupa en esta tribuna del diario LA RAZÓN.
Se trata de un asunto de formidable antigüedad, precisamente en el Mediterráneo occidental, en el primer milenio (a.C.), supuesto por las «Civilizaciones del agua», coincidente con la era cronológica de la Edad del Hierro, que llega por dos posibles vías culturales: la de los celtas indoeuropeos, por ruta continental, y la de las civilizaciones marítimas del Mediterráneo oriental: la Fenicia de Tartesso con centro en Gades (Cádiz); la Fenicia con centro en Cartago (814 a.C.), en la península de Tunicia, en la costa africana; y, en fin, la fundación de Roma, en la península italiana, por los etruscos (753 a.C.). Las tres ciudades fueron eje creador de territorios internos y formadores de culturas con importantes realizaciones políticas, religiosas, económicas y culturales estratégicas, entrando en pugna de supremacía entre Roma y Cartago en las guerras púnicas (I: 264-241 a.C.) y (II: 218-201 a.C.), que acabaron con la destrucción de Cartago. Obsérvese el mapa del Mediterráneo occidental y, en él, la posición geoestratégica de Gades, Cartago y Roma y la triangulación entre la península española, la de Tunicia en África y, en el centro, la península italiana.
Roma ha sido capaz de conjurar la invasión del general cartaginés Aníbal Barca utilizando su mismo plan táctico: atacando la sólida retaguardia cartaginesa en Iberia mediante una compleja y doble operación: la conquista de la península ibérica, que le costó doscientos años, pero de modo inmediato, que Aníbal se viese obligado a abandonar la iniciativa y regresar a la defensa de Cartago, derrotándolo en la batalla de Zama. La desaparición de Cartago dejó a Roma como la gran potencia del Mediterráneo. Así pues, Hispania y África, provincias romanas, rodeando en el Mediterráneo occidental la Gran Urbe imperial, dominaba el conjunto del Mediterráneo hasta el Ponto Euxino y las tres grandes provincias occidentales: Hispania, Britania y Galia con la península italiana.
El influjo cultural de Cartago y Roma sobre España originó el prodigioso desenvolvimiento de la cultura hispánica. El Mediterráneo, más allá de las Columnas de Hércules y en toda la costa, alcanzó el momento más importante al final de la República con la creación de la «pax romana» del Imperio de Octavio Augusto. En Hispania, la región del río Betis, exuberante de aguas fluviales y la riquísima Turdetania, según la describe Estrabón, como la región más culta y desarrollada de Hispania. El comercio es próspero; sus naves son las de mayor tonelaje que arriban a los puertos del Lacio y de la Campania, para desembarcar mercancías.Ciertamente, en Hispania se advierten importantes diferencias regionales: los celtas galaicos, astures, cántabros, sometidos el año 19 (d.C.), viven en un mayor aislamiento. El emperador Tiberio envió tres cohortes que contribuyeron muy eficazmente a su romanización. Estrabón, por su parte, al exaltar el significado de la Bética como la región de más alta cultura, destaca cómo Cádiz es la segunda ciudad del Imperio romano en el Orden de los Caballeros, inmediatamente después de Padua.
La estructura económica varía lógicamente, en las distintas etapas históricas. Durante la conquista, la economía sólo puede decirse que fue un verdadero botín guerrero y se centró mucho en la extracción de metales. Conforme se fue asegurando el dominio, se redujo la resistencia y se fueron estableciendo campamentos, ciudades y villas de producción, se duplicó el esfuerzo de minas subterráneas. Se llevaron a cabo perforaciones de terrenos para la extracción de agua y se construyeron poleas, noria, bombas de extracción... Una segunda atención de los romanos radicó en la obtención de agua para las explotaciones agrarias, a fin de conseguir el incremento de la producción de los grandes cultivos: cereales, vid, olivo..., lo que exigió la posibilidad de lograr grandes depósitos naturales y también, lógicamente, canales de conducción de agua a distancia. Las fincas señoriales (manerium) dieron origen a una fórmula de interdependencia política y económica. Una tercera fuerza quedó protagonizada por la ingeniería, de modo especial representada por los acueductos y conducciones de aguas para provisión de ciudades.
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