María José Navarro
El amor
Venga, que voy a dar asco y pereza un ratito. Estoy asistiendo con mucho interés a la polémica entre dos presentadoras. Lo digo de verdad. En realidad, contemplo con admiración a la gente que expone tanto su vida privada, y las dos lo hacen. Una expone mucho más, es evidente, y luce lo que le da la gana de su cuerpo. Yo no lo haría, pero ni tengo su físico ni me mola ese rollo. Presume de matrimonio, se hace fotos mostrando su revés en una piscina en top-less y no tiene, parece, ningún sentido del ridículo ni del pudor. Mis respetos, no es mi estilo, pero nada que decir. O sí, pero ésa es otra historia y tengo una edad y eso pesa. La otra muestra otra vida, mucho más madura. Pero sus hijos aparecen en sus redes sociales (yo me moriría de miedo), su día a día, sus visitas a centros de belleza, sus cremas, las marcas que le regalan productos. Su casa, sus alfombras. Las salidas con sus amigas. Y añado lo mismo que con la primera: nada tengo que decir, excepto que yo no lo haría. Yo contemplo esta profesión como un sacerdocio, como un ejercicio de contención, de mesura, de exigua exhibición. Precisamente porque la profesión ya la proporciona, creo que nuestro esfuerzo debe consistir en luchar contra eso e igualarnos al receptor. Pero si me tengo que decantar, y de eso se trata en espacios como éste, me quedo con la idea de que el amor no puede ser una entrega sin condiciones. No somos de nadie. Mi piel (aunque sea mucho más seca, más fofa y más cetrina que la de ellas) no pertenece a nadie. Ni quiero sufrir porque mi móvil no esté operativo. No quiero que mi pareja piense que me tiene incondicionalmente y para siempre. Pero, sobre todo, no quiero que mi marido diga que siente asco por alguien que, libremente, opine sobre mí. No estamos hablando de amor. El amor es más confortable y sereno.
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